La política comienza en la conciencia. Antes que las leyes de los hombres, los decretos o las urnas, está la conciencia, la brújula del bien, que nos dice qué es justo y qué no lo es. Sócrates, el más sabio de los griegos, entendió que el destino de la ciudad depende del alma de sus ciudadanos. Por eso enseñó que la primera obligación del hombre público es examinarse a sí mismo. Sin autoconocimiento no hay justicia posible, y sin justicia, la república se disuelve en apariencia.

Pero claro, la conciencia, ese saber acerca de lo que hace mejor al hombre actuando, supone que lo bueno, lo justo, no es algo que el hombre determine o invente. Pues, hay una ley inscrita en el, que le sirve como el código al juez, para emitir un juicio sobre si lo que va a realizar, lo realizado y las consecue

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