En el Panteón 21 de Marzo, en Culiacán, las flores marcan los caminos, las familias se agrupan junto a las tumbas y el aire huele a comida recién servida. Pero no todos los difuntos reciben flores.
Al fondo, casi al margen del camposanto, está la fosa común.
Es un montículo amplio, de tierra dispareja, sin nombres ni adornos, solo rastros de tierra movida por exhumaciones recientes. No hay cruces nuevas ni veladoras encendidas; apenas algunas huellas de pasos que cruzan por ahí rumbo a otras tumbas.
El flujo de personas pasa de largo. Algunos niños corren cerca, vendedores ofrecen flores, agua, comida, y los visitantes se reencuentran con sus muertos entre música y murmullos.
Pero ese rincón queda fuera de la celebración.
La fosa común no tiene color, ni flores, ni visita. Solo silenc

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