Venciera o no en las elecciones para la alcaldía de Nueva York, Zohran Mamdani ya había hecho historia. En primer lugar, por haber llegado a ellas con opciones de ganar. En segundo lugar, por cómo ha llegado hasta aquí.

Mamdani es un candidato joven, musulmán y socialista. En la política estadounidense, ninguna de las tres características lo habría señalado como favorito. Menos todavía si, como en su caso, resulta que solo un 1% de los neoyorquinos y neoyorquinas lo conocían en el momento de presentar su candidatura a las primarias demócratas.

La suya ha sido la historia de un corredor que viene desde atrás de todo de la carrera y —como hemos deseado muchos— acaba cruzando la línea de meta en primera posición.

Se ha hablado mucho de su campaña, desde el punto de vista de la comunicación y del uso de las redes sociales. Sin duda será estudiada y hay lecciones que se pueden aprender de ella, también desde este lado del Atlántico. Aun así, el elemento que me parece más interesante, el que considero que es su mayor logro pase lo que pase con la elección, es el hecho de haber organizado políticamente la esperanza.

Plenamente desatada la ola reaccionaria en Estados Unidos, en un contexto de abatimiento y parálisis de la estructura del Partido Demócrata, pero de creciente movilización contra la devastación social y política que supone el programa de Trump, Mamdani ha sabido construir un movimiento que no solo es de oposición a Trump, sino que es sobre todo transformador y esperanzado.

Mamdani no ha surgido de la nada, claro. Nadie lo hace. Antes de Sanders, el socialismo en los Estados Unidos tuvo a Eugene V. Debs, Victor L. Berger, Frank P. Zeidler o Michael Harrington, entre otros. Pero la campaña del veterano senador socialista por Vermont, Bernie Sanders, durante las primarias demócratas del 2016, pasó el testigo y articuló una conexión imprescindible entre la vieja izquierda sindical y demócrata y eso que algunos han llamado el socialismo millenial .

Esta conexión hizo crecer mucho la hasta entonces modesta organización de los Democratic Socialists of America (DSA) y, con alianzas locales, un buen número de candidaturas apoyadas por el socialismo democrático ganaron las primarias demócratas en diferentes instancias.

De hecho, surgió una nueva hornada de congresistas socialistas, encabezados claramente por Alexandra Ocasio-Cortez, una líder forjada en el Bronx que, como Sanders, ha apoyado muy activamente a Mamdani.

Sus adversarios, en su desesperación, han invertido una cantidad indecente de dinero para combatirlo, y lo han hecho a menudo con muy malas artes. Han propagado argumentos xenófobos y viejos lemas de la época del red scare han vuelto a resonar.

Trump ha amenazado los neoyorquinos con retirar los fondos federales a la ciudad si eligen a Mamdani como alcalde. La derecha le ha amenazado con la deportación.

A pesar de los ataques que sabía que podía sufrir por el hecho de ser musulmán o socialista, Mamdani no solo no lo ha escondido, sino que ha aprovechado para hacer pedagogía contra el odio al otro y contra el miedo al socialismo democrático, a la vez que reivindicaba a figuras como el alcalde Fiorello La Guardia o el congresista Vito Marcantonio.

Con todo, un mérito innegable de Mamdani ha sido el de construir un movimiento que desborda las etiquetas, que ha sabido articular la diversidad como motor y fuerza de la campaña, interpelando a las mayorías sociales porque se hacía eco de sus principales inquietudes y demandas, concentrándose en propuestas para hacer más accesible la vivienda o los bienes de consumo básicos, así como para la mejora y gratuidad del transporte público.

En resumen, la propuesta de Mamdani ha sido clara, entendible y deseable para la mayoría: construir una ciudad de todos y todas, una ciudad asequible para todo el mundo.

Zohran Mamdani ha obtenido la victoria porque ha sabido conectar con los malestares de la ciudadanía, sí, pero lo que ha construido no ha sido un movimiento airado ni destructivo, ya que ha renunciado a canalizar la frustración en forma de un odio que lo pudiera llevar al poder. Al contrario, con empatía, buen humor y autenticidad ha atraído a miles y miles de personas a un movimiento esperanzado y, por eso mismo, transformador. Es así como debe librarse el combate. Es así como vale la pena librarlo.