Javier, el padre de David, se sentó con Ricardo, padre de Mateo. No había hostilidad entre ellos. Sólo frustración mutua. “Mira, Ricardo”, dijo Javier con voz calmada, “David no quiere ir al colegio. Lo está pasando muy mal”.
Sé que Mateo tiene un problema que va más allá de ser solo un ‘niño malo’. Marta dice que es inteligente, pero está sufriendo a su manera. Y yo la verdad es que lo percibo. Lo conozco desde pequeño y sé que esta situación sólo es fruto de desencuentros con su propia vida y sus emociones”. Ricardo bajó la cabeza. “No sé, la verdad. Siempre obsesionados con trabajar, con proveer económicamente… quizá cometimos el error de creer que nuestro rol se limitaba a mantener, mientras el del colegio era educar. Cada vez que llaman de la escuela, mi única respuesta es el enfado,

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