Habana, Cuba, 8 de octubre de 1912.

El sol de otoño en La Habana era una brasa que fundía la voluntad y ablandaba el adoquín del Paseo del Prado. Frente a ese incendio caribeño, la fachada del Hotel Inglaterra se alzaba como un monumento de mármol, un pergamino de piedra que narraba la historia cubana con un indudable acento andaluz. Su pórtico, una recia arquería blanca de líneas clásicas, ofrecía el único refugio sombreado, conocido como la Acera del Louvre, donde los susurros podían viajar con más seguridad que en cualquier plaza pública. La humedad tropical había hecho estragos, sí, pero con buen ron y mejor compañía, era por mucho ¡el mejor lugar de la Isla!

José Cecilio Luis Ocón Ruday, el hombre cuya madre inglesa financiaba el ambicioso y ruin plan de derrocar a Francisco I. Made

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