Hace treinta y seis años , el muro de Berlín fue derribado por la libertad , la que gritaba la parte de Alemania y Europa que lloró el yugo comunista durante décadas de sangre y dolor, años que llenaron sus calles y viviendas de miseria y muerte, de tragedia económica y agit-prop política. Un muro que sometía a la población a privaciones y prohibiciones y que simbolizaba lo que es el socialismo cuando se aplica en toda su extensión ideológica y moral, una mentira basada en la negación de todo lo que está bien en el mundo, ocupada por una élite extractiva que obtenía primero el poder a base de buenismo retórico que después conservaba bajo un manto de terror constante.
Aquel hito histórico sirvió para que, de los despojos de la antigua Unión Soviética , nacieran en los noventa, y ya entrado el siglo veintiuno, nuevos clérigos intelectuales ( Laclau, Mouffe ) y políticos ( Chávez, Kirhner, Lula, Zapatero) que siguieron con la tradición socialista de erigir su revolución construyendo divisiones entre sus fieles, a los que consideran ovejas con derecho a pastoreo. El socialismo es una religión sectaria tan necesitada de feligreses como cualquier otra. Empero, los gobernantes de hez y martillo, de puño en alto y billetera llena, en vez de inyectar perdón, inoculan rencor. Donde cabría la esperanza , articulan miedo . Y en vez de votos ganados, compran voluntades con el dinero de los demás. Así sobreviven. Mientras un votante socialista no entienda que la izquierda política no tiene ningún incentivo para acabar con la pobreza que le mantiene en el poder, y juzgue a esos mandatarios zurdos por sus resultados y no por sus proclamas, seguirá sufriendo sus consecuencias económicas, con la sonrisa envenenada de quien disfruta de ser pobre porque el otro también lo es.
Que el socialismo perjudica seriamente la salud , esto es, que el socialismo mata, ya lo comprobamos cuando en plena pandemia se dedicaron a hacer negocios determinados sinvergüenzas con sede social en la cueva de Alí Ferraz, mientras media España no podía enterrar en paz a sus familiares. Los mismos que nos obligaron a ponernos mascarillas incluso paseando en solitario por una playa al aire libre , se encerraban en despachos a negociar comisiones y llamaban por teléfono a intermediarios para garantizarse su bienestar futuro, seguramente en países exóticos. Nos secuestraron de manera ilegal, por inconstitucional, mientras probaban nuestra resistencia al circo con aplausos enlatados. Y cuando por fin salimos de aquel infierno, con la pobreza llamando a las puertas de una nación quebrada, con trabajos precarios y negocios en venta, el Gobierno subvencionó la miseria y compró a los medios para celebrarlo. Y ahí seguimos, con la mitad del país a gusto en el muro que le prohíbe ver la verdad, negando el puterío corrupto de unos desalmados que llegaron al poder para esquilmar todo lo que haya en la caja fuerte y sometidos a una dependencia del Estado que sólo puede terminar en violencia por supresión del cuento.
Y en estas, se preguntan en todos los medios del régimen socialista por qué los jóvenes votan a la derecha y por qué los mayores empiezan a hacer caso a lo que quieren sus hijos y nietos, y no a lo que el bulo mediático del sanchismo construye cada día. Resulta que crean en cada editorial, noticia y entrevista vergonzante el contexto perfecto para que, quienes perciben y sufren una realidad distinta a la que fabrica la propaganda oficial, se radicalicen, y les parece intolerable, a esos muecines de izquierda, que dichos jóvenes exijan una España normal en la que comprarse una casa, tener un trabajo decente y caminar seguros por las calles no resulte una quimera. La misma España, por ejemplo, que vivieron y también disfrutaron sus padres y en parte, sus abuelos.
Les parece mal a los becarios de prisa y corriendo que haya en España ciudadanos que elijan vivir y trabajar por cuenta propia, sin depender del Partido ni del autócrata de turno en el poder, o sea, lo natural en una democracia liberal. Ellos, los del periodismo preescolar , viven en la misma burbuja de lujo y mentira que aquellos gerifaltes soviéticos que levantaron un muro a su propio pueblo para que no vieran lo que se perdían al otro lado: la libertad, el progreso, la vida. Y por eso fusilaban a quienes osaban saltarlo, buscando un mejor futuro. Muchos de los que permanecieron en el lado equivocado del muro, el siniestro y gris, acabaron sus días creyendo que el proletariado gobernaba el mundo , y que sus líderes les decían la verdad, por su bien y por el de la robolución. Pero aquel muro, un día, cayó.

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