La marcha de la Generación Z de este 15 de noviembre desbordó las narrativas oficiales y exhibió un descontento que el gobierno quiso reducir a “desinformación”. Miles de jóvenes ocuparon calles en más de cincuenta ciudades para recordarle al poder que el futuro que les han dejado no admite más silencios ni postergaciones.
Esta movilización no surgió de partidos ni de operadores políticos, sino de una generación marcada por balaceras, desapariciones y precariedad. Es una respuesta orgánica, emocional e inteligente ante un país que normalizó el miedo. Ese impulso, tan espontáneo como contundente, demuestra que los jóvenes ya no aceptan la pasividad como destino.
El pliego de doce puntos que llevaron a las plazas sintetiza algo más profundo que demandas específicas: una ética de resistenci

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