Si hoy recorres Zaragoza, quizá no imaginas que bajo el asfalto moderno sigue latiendo un callejero que, hace más de seis siglos, tenía nombres tan directos como Burdel Viejo , Calceteros , Fustería o Azoque . Lo explica con detalle el estudio “Los nombres de las calles de Zaragoza en el siglo XV (Toponimia urbana)” de Gaudioso Giménez Resano, un documento que permite asomarse a la ciudad medieval a través de sus calles, plazas y callizos.

Aquel Zaragoza estaba rodeado por murallas y dividido en tres grandes núcleos: los barrios cristianos —articulados en quince parroquias—, l a judería amurallada y la morería , situada extramuros. Entre calles estrechas, calles gremiales y plazas que eran centros de comercio o poder , la toponimia era fiel reflejo de la vida cotidiana

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