Las nueces de Brasil son ricas en selenio, un mineral esencial en pequeñas cantidades. Peter Hermes Furian/Shutterstock

A veces bromeo diciendo que mis mascotas están mejor alimentadas que mis hijos. Y no es porque no lo intente: simplemente, los niños rechazan verduras, pescado o legumbres, mientras que un perro nunca protesta ante un pienso perfectamente formulado con las vitaminas y minerales que necesita. El resultado se ve a simple vista: un pelo sano e hiperbrillante, energía y buena salud.

La comparación puede sonar exagerada, pero refleja un hecho: en nutrición, los productos destinados a los animales –ya sean de granja o de compañía– son más completos que los dirigidos a las personas.

Los pequeños grandes protagonistas del metabolismo

Los llamados microminerales o elementos traza –como hierro, zinc, cobre, selenio, yodo o manganeso– son imprescindibles para la vida. Aunque los necesitamos en cantidades diminutas, participan en cientos de reacciones metabólicas. El hierro transporta oxígeno en la sangre, el zinc y el cobre forman parte de enzimas que protegen frente al estrés oxidativo, el yodo es esencial para la función tiroidea y el selenio contribuye al buen funcionamiento del sistema inmune.

Cuando faltan estos nutrientes, aunque sea de forma leve, el organismo lo nota: aumenta la fatiga, bajan las defensas y se favorece la aparición de enfermedades crónicas, incluido el cáncer.

La Organización Mundial de la Salud estima que más de 2 000 millones de personas sufren deficiencia de algún micronutriente. No hablamos de hambre visible, sino de lo que se llama “hambre oculta”: hay comida en el plato, pero faltan esos ingredientes invisibles que garantizan un desarrollo sano y un envejecimiento saludable.

Lo que sobra también daña

A este problema se suma la exposición a elementos tóxicos como arsénico, plomo, mercurio y cadmio. Entramos en contacto con ellos a través de ciertos alimentos o del entorno. Aunque las cantidades sean pequeñas, se acumulan en el organismo y afectan al sistema nervioso, la fertilidad o aumentan el riesgo de cáncer.

El gran reto es que tanto las carencias de minerales esenciales como la exposición a tóxicos suelen pasar inadvertidas. No dan señales evidentes hasta que el problema ya es serio.

Un problema global con distintas caras

La falta de micronutrientes es un problema universal, pero no se manifiesta igual en todos los rincones del planeta. En los países de ingresos bajos, las carencias suelen deberse a una dieta basada casi exclusivamente en cereales o tubérculos y a la escasa disponibilidad de alimentos de origen animal ricos en hierro, zinc y selenio. Allí, deficiencias combinadas de hierro, zinc y yodo afectan a millones de niños y mujeres, con graves consecuencias sobre el desarrollo físico y cognitivo.

En los países de ingresos medios conviven dos realidades opuestas. Mientras en las zonas rurales persisten las carencias por falta de acceso a alimentos variados, en las grandes ciudades aparecen deficiencias “ocultas” ligadas a dietas ultraprocesadas y a un consumo excesivo de calorías, pero pobre en micronutrientes.

En cambio, en las sociedades más desarrolladas los déficits suelen ser más sutiles. No se trata de hambre visible, sino de carencias subclínicas asociadas al envejecimiento y a dietas veganas o con un bajo consumo de carne y pescado mal planificadas.

En Europa, por ejemplo, se han descrito niveles bajos de selenio y yodo en varios países del norte y centro del continente, vinculados a suelos pobres en estos elementos.

A la vez, la exposición a metales tóxicos como mercurio o cadmio sigue siendo una preocupación, sobre todo por el consumo de ciertos pescados o por el tabaquismo.

Esta diversidad de causas refleja que el “hambre oculta” adopta múltiples formas y que garantizar un aporte equilibrado de minerales esenciales es un desafío global que no distingue fronteras ni niveles de renta.

Nutrición de precisión para animales

En veterinaria, sin embargo, llevamos tiempo adelantados en este terreno. No solo ocurre con nuestras mascotas. En vacas lecheras, por ejemplo, se analiza el suero –la parte líquida de la sangre– de forma rutinaria para ajustar la dieta y prevenir deficiencias que afectarían tanto a la salud del animal como a la producción de leche.

En caballos, cerdos o aves de corral sucede lo mismo: la nutrición se ajusta con precisión para evitar problemas y optimizar resultados.

En medicina humana seguimos basándonos sobre todo en encuestas de dieta y recomendaciones generales, ya que no existen valores de referencia universalmente aceptados. Se calcula cuánto hierro, zinc o yodo debería tomar la media de la población y, a partir de ahí, se diseñan guías nutricionales.

Este enfoque resulta útil para orientar políticas de salud pública, pero tiene limitaciones claras: no refleja la situación individual. Una persona puede estar en riesgo de déficit aunque cumpla las recomendaciones teóricas, o puede estar acumulando tóxicos sin saberlo.

La paradoja es evidente: si cuidamos tanto la dieta de una vaca o de un perro, ¿por qué no aplicamos los mismos principios a nuestra propia salud?

El suero: una ventana a la nutrición

La buena noticia es que tenemos una herramienta sencilla para dar el salto a la nutrición personalizada: el análisis de suero.

El suero permite medir de una sola vez tanto minerales esenciales como tóxicos. Igual que hoy recibimos valores de colesterol o glucosa en una analítica rutinaria, podríamos saber si nos falta zinc o selenio, o si estamos acumulando plomo o cadmio.

Las tecnologías de análisis actuales hacen posible obtener estos perfiles de forma rápida, precisa y a partir de una pequeña muestra. Esto abre la puerta a programas de salud pública más eficaces, que no se basen solo en estimaciones dietéticas, y a una nutrición realmente personalizada.

¿Cuidamos más a las vacas?

Si sabemos que una vaca con déficit de selenio produce menos leche y es menos fértil, actuamos enseguida para corregirlo. Si un perro necesita zinc para mantener el pelo brillante, se lo damos sin dudar. ¿Por qué no hacemos lo mismo con los humanos?

La nutrición de precisión no debería estar limitada a los animales de granja o de nuestras mascotas. También puede y debe aplicarse a la salud humana. Una simple analítica de suero podría ayudarnos a vivir más sanos, prevenir enfermedades y envejecer con mejor calidad de vida.

Quizás sea el momento de aprender de lo que la veterinaria lleva años haciendo bien: cuidar la nutrición hasta el último detalle.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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