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Imaginemos a una persona que compra un electrodoméstico a cuotas, sin entender que pagará el doble de su valor. A una pareja joven que usa su primera tarjeta de crédito como si fuera dinero extra, sin pensar en los intereses acumulados. O a un político que ofrece subsidios ilimitados o nacionalizar los ahorros.

En cada caso, el desconocimiento pesa más que la falta de dinero y nos vuelve vulnerables al endeudamiento, al consumo irracional y al engaño político y económico.

El sistema educativo tradicional enseña lengua, matemáticas e historia, pero fomenta el analfabetismo financiero (AF): personas incapaces de comprender y aplicar conceptos básicos sobre cómo funciona un crédito, el ahorro, la inversión o la gestión de la deuda. Sabemos leer textos, pero no balances. Calculamos áreas, pero no intereses.

Datos que visibilizan el problema

Según datos de 2023 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la puntuación media de alfabetización financiera de los adultos de 39 países fue de 60 sobre 100.

La falta de educación financiera no entiende de estratos sociales, ni de género, ni de la potencia económica de los países. En Estados Unidos, por ejemplo, los niveles han empeorado en la pospandemia, afectando incluso a quienes tienen educación universitaria.

En Europa, solo el 18 % de los ciudadanos goza de un alto nivel de alfabetización financiera. Y en América Latina países como Perú y Uruguay muestran los peores niveles de conocimiento financiero.

En el otro lado de la balanza, los habitantes de Suecia, Japón, Alemania, Nueva Zelanda y Singapur son los mejor preparados en este ámbito.

Educación financiera y salud mental

La falta de educación financiera tiene efectos directos sobre la salud mental, el estrés y la depresión. El Banco Interamericano de Desarrollo indica que las preocupaciones económicas son una de las principales fuentes de ansiedad en la población trabajadora.

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El miedo constante al impago, la incertidumbre sobre el futuro o la culpa por decisiones financieras mal informadas se convierten en factores de deterioro emocional y físico. Por el contrario, la educación financiera empodera: permite planificar, anticipar crisis y tomar decisiones con mayor control y seguridad. Enseñar a manejar el dinero es, en el fondo, enseñar a vivir con menos miedo.

Algunos modelos inspiradores

En Finlandia existe una aldea empresarial, Yrityskylä, una simulación de ciudad que enseña a los niños desde primaria y secundaria a gestionar ingresos, impuestos y empresas. Así, no parece gratuito que ocupe el segundo lugar entre los países de la OCDE con mejores conocimientos financieros. Además, su Banco Central ha creado centros de educación sobre este ámbito para adultos, ampliando el aprendizaje a toda la población.

Una estrategia similar se aplica en algunos estados de EE.UU, donde la legislación obliga a los colegios a impartir clases de educación económica y financiera como requisito para graduarse, y no solo como complemento de otras materias.

No basta con decir “enseñemos finanzas”. Se requiere una política pública con continuidad, evaluación e integración real en los sistemas educativos para reducir la vulnerabilidad financiera de la población: más endeudamiento, menos ahorro y mayor riesgo de engaño político y económico.

Educar para decidir

La educación financiera temprana debería ser tan esencial como las matemáticas o la educación cívica. No se trata de formar contadores, sino ciudadanos capaces de comprender conceptos básicos como presupuesto, interés, ahorro, riesgo o inversión responsable. Y si esta formación llega a la población más vulnerable e históricamente excluida en lo socioeconómico, mucho mejor.

Los países de la OCDE que han priorizado esta enseñanza demuestran que una generación empoderada financieramente tiene efectos multiplicadores en sus familias y comunidades, influyendo incluso en las decisiones económicas de sus padres.

Para proteger la democracia

La educación financiera no es un privilegio sino una necesidad social y una forma de proteger la democracia. Comprender el dinero, a cualquier edad, significa tomar control de la vida, reducir el estrés y construir un futuro más estable.

En América Latina, urge el diseño de políticas públicas integrales, que articulen escuelas, universidades, sector financiero, gobiernos y medios de comunicación. La alfabetización financiera no puede depender del interés individual: debe asumirse como un derecho educativo y una herramienta de inclusión social.

Porque en un mundo donde la ignorancia se paga con intereses, aprender a decidir sigue siendo el acto más revolucionario que nos queda.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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James Manuel Pérez-Morón no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.