“Ahora no dejo que nadie me insulte y me hable mal, o se lo digo a la profesora”.
Esta frase de una niña de nueve años muestra lo importante que es saber identificar lo que es violencia y comprender que los adultos tienen la obligación de proteger a los niños. Algo que puede marcar la diferencia entre normalizar una situación de maltrato o no.
La frase la aportó una de los casi 1 000 niños y niñas que participaron en el programa para protección de la infancia #EscuelaSinViolencias de la Fundación FC Barcelona, cuyo impacto hemos evaluado en nuestro grupo de investigación, y que se ha implementado ya en más de 160 escuelas y 32 000 alumnos en Cataluña.
La violencia sigue siendo un problema social, de derechos y de salud pública, que afecta a uno de cada dos menores cada año. Apenas el 10 % de los casos son reportados a las autoridades competentes.
Los adultos, especialmente quienes trabajan con menores de edad, estamos obligados a crear “entornos seguros”: a fomentar el buen trato y el respeto mutuo, la convivencia, la resolución pacífica de conflictos y, en definitiva, el desarrollo óptimo del menor.
¿Cómo podemos hacerlo? Nuestro estudio sobre la evaluación de ese programa nos ha permitido identificar cinco claves fundamentales.
1. Los adultos son los responsables
En primer lugar, la cultura de la protección debe construirse sobre la base de que la responsabilidad recae siempre en las personas adultas. Los niños y niñas deben conocer sus derechos, aprender a identificar situaciones que los vulneran y a personas adultas de referencia a las que pedir ayuda, pero la responsabilidad de afinar la mirada, garantizar entornos seguros que promuevan el bienestar, detectar situaciones de riesgo o de maltrato y actuar es exclusivamente de los adultos.
Los estudios demuestran que aumentar los conocimientos y habilidades del alumnado les empodera para identificar abusos y explicar sus experiencias, pero cerca debe haber adultos disponibles, sensibles y capaces de actuar.
2. Trabajo en equipo y sensibilización colectiva
Alumnado, familia y profesorado deben conocer los derechos de la infancia, las diferentes formas de violencia (incluso las más sutiles) y su grave impacto en la etapa infantil y adolescente.
En el contexto escolar, es imprescindible además que el profesorado conozca los protocolos de actuación y tenga un referente especialmente formado en la puesta en marcha de estos protocolos. Si la familia y la escuela están bien conectados, y los niños y niñas se sienten escuchados y comprendidos, estaremos creando el ambiente idóneo para la detección temprana.
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Para ello, generemos espacios y momentos cotidianos de escucha activa y confianza, sin juzgarlos ni minimizar sus preocupaciones, teniendo en cuenta su opinión y respondiendo desde el apoyo y la calma. Estas habilidades son las que promueve el programa #EscolaSenseViolencies
3. Más allá del acoso entre iguales
La evidencia sugiere que podemos aprender a detectar mejor situaciones de violencia mediante formación especializada y que hay menores víctimas de distintas formas de violencia en todos los centros.
Sin embargo, muchos profesionales en el ámbito educativo siguen presentando desconocimiento y falsas creencias. Por ejemplo, se tiende a pensar que la violencia contra la infancia es poco frecuente y que si no deja marcas visibles no es violencia. Tendemos a minimizar la gravedad de las agresiones verbales o relacionales (gritos, insultos), considerando ciertas conductas “tolerables”, y así son normalizadas por los menores. Conocer las cifras y consecuencias de esta realidad es fundamental para cambiar la mirada y el comportamiento.
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Como docentes o miembros de la comunidad escolar tenemos que saber que niños y niñas pueden ser víctimas de violencia más allá del acoso entre iguales o de las paredes de los colegios. Es frecuente que las mismas víctimas sean objeto de diferentes formas de violencia en diferentes contextos.
4. El conocimiento no traumatiza, empodera
Los niños y niñas tienen derecho a ser escuchados y a hablar sobre cosas que son importantes para ellos, como la violencia.
En las escuelas, podemos realizar actividades en clase que sirvan para exponer diferentes situaciones de violencia, comentarlas y discutir posibles soluciones. Ellos pueden explicar experiencias propias de manera acorde a su edad: los adultos debemos proporcionarles entornos seguros donde hacerlo, con personas preparadas para escucharles activamente y responder de manera sensible y protectora.
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Por ejemplo, muchos participantes del programa decían cosas como: “Me ha ayudado a ver las injusticias”, “Los profesores ahora nos escuchan más, y si me pasa algo, se lo digo”.
La información proporcionada por los adultos debe ser veraz, basada en la evidencia y adaptada a su nivel de desarrollo y conocimientos, buscando ejemplos sencillos, claros y que puedan entender. Por ejemplo, explicándoles que algo que les lastima no puede ser un secreto, o que tienen derecho a decir que algo no les gusta, incluso a una persona adulta.
Debemos transmitirles además la seguridad de que sabemos qué hay que hacer para protegerles, sin cuestionarles. Por ejemplo, no digamos “¿por qué no lo contaste antes?” o “¿estás seguro de que fue así?”, sino “siento mucho que hayas pasado por eso, gracias por confiar en mí”. Tampoco se trata ni de alarmar ni de prometerles cosas imposibles: en lugar de “no se lo contaré a nadie”, podemos afirmar “seré todo lo discreta que pueda, pero tengo la obligación de comunicarlo para protegerte”.
5. Para prevenir, no todo vale
Por último, para prevenir la violencia, no todo vale. Los programas de prevención e intervención deben ir más allá de las buenas intenciones. Los centros educativos deben elegir aquellos que estén diseñados desde un marco teórico y empírico sólido y que tengan pruebas publicadas de su eficacia. Lo ideal es que sus efectos se midan y se evalúen periódicamente para confirmar que producen cambios de actitud y conducta significativos y duraderos. Es decir, debe comprobarse que consiguen los efectos deseados, pero también que no provocan ningún daño.
Aplicando estas claves, es posible convertir la escuela en un entorno seguro y protector, donde no solo se previene la violencia, sino que se revelan y se detectan más casos, lo que puede marcar la diferencia entre actuar a tiempo o no hacerlo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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El programa #EscuelaSinViolencias está financiado por la Fundación FC Barcelona.
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