El peronismo es un manojo de problemas. La falta de conducción nacional, las estelas de la derrota en la mayor parte del país, las pujas provinciales de las distintas tribus justicialistas, las tensiones constantes en los dos bloques legislativos y las posibles fugas, sumado a la pelea de fondo entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof, conformaron un combo letal.
Los diversos focos de conflicto atormentan a la principal fuerza política de la oposición. La unidad es endeble, los enojos abundan, la desconfianza es permanente y la necesidad de reinventarse es compartida desde las bases hasta la cúpula. Hay cierto consenso de que hay que terminar el año en paz y que a partir del 2026 la discusión sobre la identidad, el proyecto y los liderazgos tomará una mayor velocidad. Es inevitable.
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