Las comunidades indígenas que viven en paisajes húmedos y boscosos han desarrollado formas de ingeniería natural que dependen de su capacidad para leer el terreno, conocer el crecimiento vegetal y sostener sus tradiciones sin depender de planos escritos. Una de estas formas de conocimiento consiste en inducir el crecimiento de raíces vivas para crear estructuras capaces de resistir el paso del tiempo.

Este sistema, que no se basa en tecnología externa ni en materiales industriales, se mantiene gracias a la observación prolongada, la transmisión oral y el compromiso continuo con el entorno físico y social. El resultado es una técnica arquitectónica que, en lugar de intervenir en la naturaleza, evoluciona con ella y refuerza las relaciones entre generaciones a través de su mantenimiento.

Las aldeas del noreste indio transforman los árboles en arquitectura viva

En la región india de Meghalaya, los puentes construidos con raíces de árboles figueros se han convertido en una solución funcional para cruzar ríos caudalosos durante las lluvias monzónicas. Las comunidades Khasi y Jaintia dirigen el crecimiento de las raíces del Ficus elastica utilizando troncos vaciados de palma de betel , creando conductos por los que las raíces se alargan hasta alcanzar la otra orilla. A lo largo de los años, estas raíces se entrelazan con otras o con ramas y brotes secundarios hasta formar un entramado que puede sostener el peso de decenas de personas .

El carácter biológico de estas estructuras las convierte en elementos en constante transformación. A diferencia de las construcciones de acero o cemento, las raíces vivas se refuerzan con el tiempo, engrosan, generan brotes adicionales y permiten que el puente se repare a sí mismo.

Los habitantes de Meghalaya convierten los árboles en caminos sobre el agua

Esta capacidad se traduce en una resistencia superior frente a las lluvias intensas , que pueden deteriorar infraestructuras modernas en cuestión de días. Además, los puentes vivos reducen el riesgo de erosión del suelo, estabilizan taludes y sirven de corredores ecológicos para animales como el ciervo ladrador y el leopardo nebuloso.

En ciudades europeas, investigadores como Ferdinand Ludwig , de la Universidad Técnica de Múnich, iniciaron experimentos para trasladar esta arquitectura viva al entorno urbano. Ante la imposibilidad de usar Ficus elastica por razones climáticas, optaron por especies como el plátano de sombra p ara diseñar pabellones y cubiertas que reaccionan al crecimiento de los árboles. Estas estructuras vegetales, moldeadas mediante herramientas digitales y mantenimiento manual, se inspiran en la interacción continua que practican los Khasi con sus árboles.

Los habitantes de las colinas vuelven a confiar en los puentes que nacen del bosque y les sacan partido económico

Las lluvias que azotan Meghalaya entre junio y septiembre convierten cada desplazamiento en una tarea arriesgada. En este contexto, los puentes vivos garantizan la conexión entre aldeas y permiten que niños y adultos lleguen a la escuela o al mercado sin quedar aislados. El paisaje, modelado por la fuerza del agua, exige soluciones que no se erosionen con facilidad. Por eso, muchos habitantes han abandonado puentes de hormigón y acero, cuyas reparaciones son costosas, y han vuelto a cultivar estructuras arbóreas abandonadas.

En las últimas décadas, estas construcciones también han generado oportunidades de ingreso para las familias que viven cerca de los senderos turísticos . Alojamientos, campamentos y puestos de víveres rodean algunos de los puentes más visitados, como el conocido Umshiang de doble nivel. La existencia de estos ingresos ha incrementado el interés por mantener y ampliar la red de puentes vivos, incluso mediante proyectos más complejos, como uno con tres capas de raíces entrelazadas en Laitkynsew.

Un saber heredado sin escritura mantiene viva una tradición en el siglo XXI

El saber sobre cómo construir y conservar estas estructuras se transmite sin escribir, de forma oral, de generación en generación. Hasta el siglo XIX, los Khasi no utilizaban un sistema de escritura, lo que ha dificultado el registro histórico del origen de estos puentes. La información se mantiene viva gracias al trabajo diario de familias que cuidan, reparan y adaptan los puentes a medida que los árboles crecen. Esta práctica de largo plazo no persigue beneficios inmediatos; más bien busca que en el futuro siga habiendo alguien que se encargue de estas tareas.

Uno de los impulsores actuales de esta arquitectura es Morningstar Khongthaw , originario de Rangthylliang, quien fundó una organización para proteger los puentes existentes y construir otros nuevos . Además, promueve la apertura de un museo y un centro de aprendizaje para que los visitantes comprendan el funcionamiento de otras infraestructuras vivas, como túneles o escaleras naturales también elaboradas con Ficus elastica .

La técnica utilizada por los Khasi se apoya en la anastomosis , un proceso biológico en el que raíces y ramas de una misma especie se fusionan de forma natural. Los constructores insertan las raíces en estructuras de bambú para dirigirlas, y colocan piedras en los huecos hasta lograr una superficie estable. A partir del décimo año, los puente s empiezan a adquirir firmeza suficiente como para permitir el paso continuo . Con el tiempo, pueden alcanzar los 30 metros de longitud y una capacidad de carga superior a 50 personas .

Aunque los puentes vivos no soportan los grandes pesos y tránsito de las estructuras modernas, su valor como infraestructuras que favorecen la biodiversidad y resisten las condiciones climáticas adversas ha sido respaldado por científicos como Salvador Lyngdoh , del Instituto de Biodiversidad de la India. Según él, los puentes actúan como nodos forestales , sin distinción entre lo vegetal y lo construido, y ofrecen refugio a múltiples especies.