En el extremo norte de Portugal, donde la frontera con España apenas se intuye entre montañas húmedas y aldeas de tejados anaranjados, se extiende un territorio en el que la naturaleza todavía conserva un aire salvaje . Allí se encuentra el Parque Nacional de Peneda-Gerês , el único del país, un paisaje que toca el cielo en las cumbres del Nevosa y el Altar dos Cabrões, y que conecta con Galicia a través del Xurés. A las puertas de este enclave natural se alza una villa que guarda un secreto: un castillo medieval que, desde hace siglos, fue la primera línea de defensa de este paraje verde y montañoso.
La localidad se llama Montalegre y pertenece a la provincia de Vila Real. Situada en un altiplano que se abre hacia los valles del Cávado, esta villa fue durante siglos una defensa fronteriza , un punto estratégico que protegía rutas, pueblos y pastos. Hoy, entre aroma a brezo húmedo y la tranquilidad de sus colinas, Montalegre sigue mirando al mundo desde las mismas murallas que un día vigilaron el tránsito entre reinos.
Montalegre, el guardián de piedra que vigila Peneda-Gerês
Su gran protagonista es el Castelo de Montalegre , una fortaleza del siglo XIII levantada durante los reinados de Afonso III, Dinis I y Afonso IV. Finalizado en 1331, este castillo robusto y férreo se convirtió en una de las estructuras defensivas más importantes del norte portugués. Desde su posición elevada controlaba el paso entre los valles del Cávado y el Tâmega, y fue testigo de conflictos históricos como las guerras de la Restauración. Hoy sigue en pie como un guardián silencioso, aunque su función ya no sea la guerra, sino la memoria.
El paseo hacia el castillo atraviesa uno de los cascos históricos más sorprendentes de Trás-os-Montes . Las callejuelas de piedra conducen hacia la fortaleza y hacia la Igreja do Castelo , un templo peculiar cuyo campanario se mantiene separado del cuerpo principal, siguiendo una tradición común en esta parte del país. Por el camino, el viajero descubre la calma rural de Montalegre , donde el tiempo parece avanzar a otro ritmo.
A pocos pasos, el Ecomuseu de Barroso permite comprender mejor la región que rodea la villa. Sus salas explican la cultura barrosã, una forma de vida marcada por la ganadería, la agricultura de altura y un profundo respeto por la tierra. Entre herramientas tradicionales, fotografías y pequeñas historias cotidianas, el visitante descubre que este territorio ha sobrevivido gracias a saberes transmitidos de generación en generación.
Quienes descienden hacia el valle encuentran una joya escondida entre bosques: el Mosteiro de Santa Maria das Júnias . Fundado en el siglo XII, este antiguo monasterio cisterciense combina elementos románicos y góticos y permanece hoy en un estado de ruina evocadora. Su aislamiento (solo accesible por una ruta a pie) lo convierte en uno de los rincones más mágicos de Montalegre . Muy cerca, la Cascada de Cela Cavalos cae con fuerza cristalina entre las aldeas de Cela y Lapela, ofreciendo un rincón perfecto para un baño en verano.
Todo este paisaje cultural y natural se entiende mejor al recordar que Montalegre es una de las puertas oficiales de entrada al Parque Nacional de Peneda-Gerês . Este territorio protegido es una combinación de montañas graníticas, ríos transparentes, bosques de robles y aldeas donde aún se escucha el galope de los caballos garranos, una raza autóctona que vive en libertad. Las rutas de senderismo cruzan puentes romanos, atraviesan lagunas glaciares y se internan en valles incomparables.
En definitiva, Montalegre es mucho más que un pueblo con un castillo . Es un testimonio vivo de la historia fronteriza de Portugal, un refugio para quienes buscan naturaleza en estado puro y un mirador privilegiado hacia el único parque nacional del país. Un lugar donde el pasado aún vigila desde las murallas y donde el silencio de la montaña invita a descubrir un Portugal distinto: más salvaje, más antiguo y profundamente auténtico.

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