Silenciado durante décadas y evocado solo en susurros, el asesinato de Crisanta Gómez Gutiérrez a manos de su prima Josefa en el invierno de 1974 es uno de los episodios más escalofriantes de la crónica negra de Cantabria. La historia, que desató una ola de conmoción en toda la región, sigue despertando emociones contradictorias entre quienes la vivieron y las nuevas generaciones que heredan su sombra. Así lo contaba Iker Jiménez en Cuarto Milenio.
Qué ocurrió
El 23 de enero de 1974, Crisanta, de 16 años, hija de un matrimonio de sordomudos conocido en el pueblo como los "mudos de Silió", desapareció tras visitar a su prima Josefa Gómez. Había ido a recoger una cazuela a la casa de su tía, antigua dueña del pequeño negocio que ahora ella misma regentaba. Horas más tarde, no se sabría nada de ella. Su familia dio la voz de alarma. La Guardia Civil inició una búsqueda frenética, pero el desenlace fue macabro: el cuerpo de Crisanta, descuartizado, fue hallado entre el tabique del chalé de Josefa y en un monte cercano.
Cómo se vivió en Cantabria
El caso conmocionó a todo el valle de Iguña. Un medio local titulaba: "Extraña desaparición de una joven en Silió". Días después, el horror se confirmó: "La joven apareció descuartizada". La autora del crimen confesó haber actuado movida por los celos y la envidia. Josefa, madre de tres hijos, se había sentido eclipsada por el éxito de su joven prima al frente del negocio familiar. En el juicio, celebrado en 1975 y seguido por multitudes, la acusada relató con frialdad el plan urdido durante semanas. La cobertura mediática fue exhaustiva; los trenes a Santander se llenaron de vecinos que querían presenciar el llamado "juicio del año".
Qué consecuencias dejó
El crimen desató una fractura social en el pueblo, dividiendo familias y dejando un estigma que perdura. Josefa fue condenada a treinta años de prisión, pero solo cumplió ocho, beneficiada por reducciones de pena y medidas de reinserción del momento. Mientras, la memoria de Crisanta fue preservada por sus allegados en silencio, sin homenajes públicos ni placas. Su tumba, junto a la de su padre, sigue recibiendo flores frescas cada Todos los Santos. La casa del crimen permanece en pie, abandonada y envuelta en maleza, como un espectro del pasado.
Cómo se recuerda hoy / qué ha cambiado
Hoy, Silió lucha por definirse a través de sus tradiciones, como La Vijanera o el Izado de la Maya, que le han dado reconocimiento regional y nacional. El "crimen de Silió" se menciona solo cuando periodistas o estudiosos escarban en la historia. Muchos habitantes prefieren no hablar del suceso. Los descendientes de ambas familias siguen viviendo en la zona, unidos por un silencio impuesto que evita abrir antiguas heridas. Aunque no hay memoriales ni actos oficiales, la tragedia sigue latiendo como una advertencia en la memoria colectiva.
Memoria no es nostalgia, es responsabilidad
Evocar el asesinato de Crisanta no busca recrearse en el morbo, sino recuperar la memoria de una joven cuyo crimen sacó a la luz tensiones sociales, silencios familiares y una justicia que entonces comenzaba a abrirse a nuevos tiempos. La historia debe contarse con respeto, para entender no solo el horror del acto, sino las cicatrices invisibles que deja en las comunidades. Silenciamos lo que no queremos recordar, pero el pasado nos interpela con obstinación . Hoy, al mirar atrás, no buscamos castigar, sino comprender. Porque la memoria, lejos de ser nostalgia, es una forma de responsabilidad.

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