Las arriesgadas decisiones tomadas por la nueva editora jefa del Wall Street Journal, Emma Tucker, entre ellas la publicación de la correspondencia de Trump con Epstein, le han valido una denuncia del presidente
Epstein, el amigo “fantástico” durante 15 años que se ha convertido en una losa de la que Trump no logra desprenderse
El riesgo político para Donald Trump era evidente. Se trataba de una noticia que no solo llamaba la atención sobre sus vínculos con un delincuente sexual condenado, sino que también corría el riesgo de ampliar la brecha entre el presidente y algunos de sus más fieles seguidores. La Casa Blanca no tardó en llegar a la conclusión de que era necesaria una respuesta contundente antes de su publicación.
Martes, 15 de julio. El Wall Street Journal (WSJ) contacta con el equipo del presidente de Estados Unidos para comunicarle su intención de publicar unas acusaciones según las cuales Trump había escrito una dedicatoria grosera y un garabato con la silueta de una mujer en una carta a Epstein por su cumpleaños.
La publicación de la exclusiva habría sido perjudicial en cualquier momento, pero llegó en un momento terrible para el presidente. El asunto Epstein se estaba convirtiendo en la mayor crisis de su presidencia. Los acérrimos partidarios de Trump del movimiento MAGA estaban enfurecidos por la negativa de la Administración Trump a publicar los archivos gubernamentales relacionados con el delincuente sexual, que falleció en su celda poco antes de que se celebrara el juicio por tráfico sexual de menores y conspiración
Trump y su leal secretaria de Prensa, Karoline Leavitt, tomaron una decisión de alto voltaje. Desde el Air Force One llamaron a la editora jefa del Wall Street Journal, Emma Tucker. El tono de la llamada escaló.
Trump se enfureció y argumentó que la carta era falsa. Argumentó que dibujar no era lo suyo. En la llamada, amenazó a Tucker con demandar al WSJ; una medida que ya había utilizado anteriormente contra otros medios considerados enemigos.
Los hervideros de Washington comenzaron a bullir con rumores de que el WSJ tenía una exclusiva entre manos. Cuando el miércoles el periódico no publicó ninguna noticia bomba, algunas personas del entorno del equipo del presidente percibieron una creciente confianza en que su maniobra de contención había matado la historia. Se equivocaban. Los rumores en Washington alcanzaron su punto álgido el jueves por la tarde. El artículo finalmente apareció cuando ya oscurecía. La ciudad se detuvo en seco para leerlo.
En las horas siguientes a la publicación, la tensión se intensificó. Trump afirmó que se había enfrentado a Tucker y afirmó que la noticia era “falsa, maliciosa y difamatoria”. El viernes presentó una demanda contra el WSJ y sus propietarios por al menos 10000 millones de dólares (8.670 millones de euros).
Tucker pasó a estar en el centro de una vorágine de estrés y presión política. Se trataba del mayor reto al que se había enfrentado en sus dos años y medio al frente del WSJ, pero no era el primero. Dos meses después de llegar al WSJ, lideró una campaña para la liberación del reportero Evan Gershkovich, detenido en una prisión rusa. También había tenido que hacer frente a las quejas de la redacción cuando impulsó una reestructuración que incluía despidos fulminantes. Sus planes se centraban en dar a las noticias un tono más incisivo. Y, en ese sentido, la llamada de Trump era un indicador de que lo estaba consiguiendo.
A lo largo de su meteórica carrera, Tucker ha estado rodeada de un halo de misterio. Sus amigos, colegas e incluso algunos subordinados críticos la describen como una persona amable, divertida y con los pies en la tierra. Muchos consideran extraordinaria su capacidad para mantener esas cualidades en el traicionero terreno del imperio mediático de Murdoch. El enigma se ve agravado por la suposición de que no comparte los posicionamientos conservadores y pro-Brexit de Rupert Murdoch, el legendario magnate de News Corp.
Sin embargo, Murdoch no entregaría las llaves del WSJ a cualquiera. Si bien la cadena Fox News, favorable a Trump, es la gallina de los huevos de oro de su imperio, el WSJ es su posesión más preciada, ya que le da poder y respetabilidad en los círculos políticos más amplios de Estados Unidos, al igual que el Times en el Reino Unido. Entonces, ¿por qué Tucker?
La respuesta, según personas que han trabajado con ella, es que posee dos cualidades muy valoradas por Murdoch: está dispuesta a tomar decisiones impopulares por el bien del negocio y tiene hambre por conseguir polémicas exclusivas políticas.
Lionel Barber, exeditor del Financial Times (FT) que trabajó con Tucker para el FT en Bruselas, señala: “Tiene un olfato muy agudo para las buenas noticias, siempre lo ha tenido”.
Tucker editó la revista estudiantil de la Universidad de Oxford, The Isis, y entró en el FT como becaria. “Era una compañera muy agradable, una gran compañía y muy divertida por la noche, pero sabías que, cuando se trataba de trabajar, lo hacía a la perfección”, recuerda un compañero: “Es muy tenaz”.
Tras pasar por Bruselas y Berlín, consiguió un poderoso aliado en Robert Thomson, entonces editor de internacional del FT. Thomson se hizo muy amigo de Murdoch, también australiano, mientras trabajaba en Estados Unidos para el FT. Thomson abandonó el barco para editar el Times de Londres en 2002 y en 2008 fue enviado a Nueva York para supervisar el recién adquirido WSJ de Murdoch. Antes de irse, Thomson propició que Tucker fuera fichada para el Times. La periodista terminó siendo la subdirectora de este periódico.
De hecho, parece que fue su ascenso a editora jefa del Sunday Times en 2020 lo que impresionó a Murdoch. Tucker demostró que no le temblaba el pulso en el momento de tomar decisiones difíciles en lo relativo a la plantilla y amplió el alcance digital del Sunday Times, reformulando el periódico pro-Brexit para atraer a un público más amplio.
Fue allí donde se ganó la primera enemistad de un líder populista. A los pocos meses de asumir el cargo, el Sunday Times publicó un artículo crítico sobre cómo Boris Johnson, el entonces primer ministro del Reino Unido, había gestionado la pandemia de COVID. Downing Street entró en cólera y tomó la inusual medida de publicar un extenso desmentido en el que denunciaba “falsedades y errores”. El periódico fue calificado como “el más hostil” del Reino Unido hacia el Gobierno de Johnson, a pesar de haberlo apoyado en las elecciones del año anterior.
Rachel Johnson, la hermana del ex primer ministro, era una de las mejores amigas de Tucker. “No creo que (Tucker) cometiera ninguna imprudencia”, indica un empleado del Sunday Times. “Pero sin lugar a duda quería desafiar los límites para publicar todo lo que pudiera”.
Muchos daban por hecho que Tucker acabaría de editora del Times, pero a principios de 2023 fue trasladada a Nueva York para dirigir el WSJ, donde inmediatamente se embarcó en un doloroso proceso de reestructuración de plantilla. Despidieron a veteranos editores. Prescindieron de periodistas que han ganado el premio Pulitzer. La redacción de Washington, la más poderosa, se vio especialmente afectada por los despidos y los cambios en la dirección. Un periodista describe escenas de trabajadores llorando. Otro señala el profundo impacto psicológico del proceso.
La reestructuración dividió a la redacción y dio lugar al extraordinario espectáculo de periodistas que llenaron su oficina vacía con notas adhesivas denunciando los despidos. Algunos trabajadores no cuestionaron la necesidad de recortes, pero sí los métodos. Varios señalaron el uso de “planes de mejora del rendimiento” y los periodistas afirmaron que se les habían asignado objetivos poco realistas pensados para que optaran por marcharse. Uno lo describió como “innecesariamente cruel”.
Según un portavoz del WSJ, “los planes de mejora del rendimiento se utilizan para establecer objetivos claros y crear un plan de desarrollo que proporcione al empleado información y apoyo para alcanzar dichos objetivos. Se están utilizando exactamente como se diseñaron”.