Me gusta tanto viajar con desconocidos como meterme astillas debajo de las uñas. Pero aquí estamos, cincuenta y tres almas anónimas procedentes de México, Portugal, Brasil y España que, seducidas por la prosopopeya de las agencias de viajes (experiencias únicas, paisajes inolvidables, ciudades deslumbrantes, diversidad cultural), se dejan conducir por un chófer quebequés y un guía mexicano. Extraños en un bus.

Alfonso, el guía, vive en Canadá desde hace treinta años. Tiene pinta de galansote de novela de Televisa, de haber conquistado a más de una doña cantándole por Vicente Fernández ayudado por ese acento melodioso y cálido de su tierra que aún conserva. A Alfonso le salió bien la aventura migratoria y defiende el país que le acogió a mero macho: si habla con devoción de Lester B. Pears

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