Berlín. - A finales del mes pasado, el presidente ruso Vladimir Putin se enfrentaba a una cruda realidad: estaba a punto de perder al presidente Donald Trump, el único dirigente occidental que posiblemente estaría dispuesto a ayudarlo a salirse con la suya en Ucrania y a lograr su antiguo objetivo de romper el orden de seguridad europeo.

Tras meses intentando que Putin pusiera fin a la guerra, Trump se había cansado de llamadas telefónicas y conversaciones ineficaces, y había empezado a lanzar ultimátums. Peor aún para Putin, Trump parecía haber arreglado su relación con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a pesar de un altercado en el Despacho Oval a principios de año que le gustó a Moscú.

No estaba claro que Trump pudiera o quisiera cumplir sus amenazas de imponer aranceles p

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