Estaba con una amiga, mirando sus pinturas para organizarlas en una subasta, cuando oí la noticia: el precandidato a la presidencia Miguel Uribe Turbay había fallecido en Bogotá, Colombia,tras dos meses en el hospital, víctima de un atentado. Sentí un nudo en el estómago. No solo por él, sino porque de nuevo la violencia me tocaba, aunque fuera a miles de kilómetros. Desde aquí, en Europa, pensé que la pulsión de destruir al otro parece no tener fronteras. Está en nuestras calles, en nuestras ciudades y en un planeta con más de cien conflictos armados activos. Hablar de paz parece un lujo; hablar de ternura, una ingenuidad. Pero no lo es.

Si repaso mentalmente la historia, desde Troya hasta Ucrania, desde las cruzadas hasta Sudán, el patrón es el mismo: la guerra no es la excepción, es la

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