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Tras 65 días debatiéndose entre la vida y la muerte, Miguel Uribe Turbay falleció víctima de un atentado que estremeció al país. Dos disparos en la cabeza lo dejaron al borde del abismo, y hoy, Colombia asiste, una vez más, a un nuevo magnicidio que enluta su historia y agrava las heridas que aún no han cicatrizado.
La muerte de Uribe no es solo la pérdida de un líder político. Es el síntoma brutal de un país que sigue anclado en el odio, que no ha logrado romper con su ciclo de violencia, intolerancia y venganza . Un país donde las ideas aún se intentan silenciar a tiros, donde la palabra "enemigo" pesa más que la de "adversario", y donde la diferencia se castiga con sangre.
La historia se repite con dolorosa precisión: el país vuelve a entristecerse por los odios enquistad