La conversión de la razón da paso a lo irracional y el absurdo nos ofrece las más crueles y desoladoras imágenes de los hombres hundidos en sus propias trincheras de terror y escepticismo.

Nada en una guerra es fruto del azar.

Cualquier cable suelto —sobre todo informativo— puede desatar la chispa de una descarga mayor.

De eso se cuida Israel, con anuencia de la comunidad internacional.

Un mundo armado —para hacerse explotar a sí mismo, como ya lo hizo en Hiroshima y Nagasaki (por decir lo menos)— no traerá paz a la población civil. Y si la civilización planetaria no garantiza la sobrevivencia de la especie, no sé qué diablos lo hará.

Con las manos manchadas de tinta, los borbotones de sangre inocente guardan una calidez cercana. Sobra con ver los 20 mil cadáveres de niños palestinos

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