La violencia que vivimos no nace de la nada: es hija de la impunidad, la desigualdad y la indiferencia.

Fernandito tenía cinco años. Vivía con su mamá, Noemí, en la colonia Ejidal El Pino, en Los Reyes La Paz, Estado de México, una zona donde la pobreza se mide en metros de tierra sin pavimento y en carencias que no caben en una estadística. Un día, dos mujeres llegaron a su casa para exigirle a Noemí el pago de una deuda de mil pesos. Ella no tenía el dinero. No era un caso de evasión, sino de carencia: ese día no había para saldar el préstamo, ni para mucho más. La amenaza fue clara y brutal: se llevaron al niño como “garantía” de pago.

Lo que siguió es la historia de un viacrucis sin estaciones de consuelo. Noemí buscó a su hijo de inmediato. Tocó puertas en agencias del Ministerio Pú

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