Una joven de 23 años , que se hace llamar Lucy, se ha adentrado en un territorio digital desconocido al vender su imagen a una startup tecnológica , sin imaginar las consecuencias que esta decisión acarrearía para su vida personal y profesional. La oferta inicial le ha parecido tentadora: casi 1.800 euros (1.500 libras) por permitir que su rostro fuera utilizado como modelo de inteligencia artificial , una propuesta que en principio representaba una oportunidad económica atractiva.
Al firmar el acuerdo, Lucy desconocía los entresijos legales que la comprometerían de por vida . El contrato, redactado con una complejidad deliberada, le arrebataba cualquier derecho sobre su propia imagen, permitiendo que la empresa utilizara su rostro en campañas publicitarias sin su consentimiento pre