La cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska fue uno de esos eventos que condensan, en un solo gesto, múltiples capas de la política internacional contemporánea.

Lo que a primera vista parecía un intento de avanzar hacia una paz en Ucrania terminó siendo, sobre todo, un despliegue de simbolismo y realpolitik, que habla tanto del conflicto en Europa del Este como de la estrategia de poder de Washington en un mundo crecientemente multipolar.

El hecho de que Putin haya descendido de su avión en Anchorage sobre una alfombra roja desplegada por militares norteamericanos, pese a la orden de arresto que pesa en su contra emitida por la Corte Penal Internacional, resulta en sí mismo un triunfo político para el Kremlin.

El líder ruso, marginado durante más de tres años de los foros in

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