Cruzar el Atlántico era una experiencia, con suerte 70 días, de acuerdo a los vientos del Ecuador, que no eran abundantes 10 días a veces apenas moviéndose la nave; ni que hablar de la comida, la galleta con hongos, las infaltables ratas, y el agua potable estrictamente racionada. El hacinamiento, foco propicio para las enfermedades. Y el destino final.

Después de dejar Río de Janeiro la ciudad imperial, quedaba el Apostadero Naval de Montevideo, la vista del cerro y la fortaleza; eran además tiempos difíciles por ser las semanas previas a la Guerra con el Brasil.

Finalmente Buenos Aires, de la nave desembarcar a los grandes carretones que dejaban a los pasajeros en la costa, y una ciudad en la que sobresalían como cuentas de un rosario, los campanarios de San Telmo, Santo Domingo, San F

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