Un viaje de 640 kilómetros desde una eufórica cumbre de jóvenes conservadores hasta un centro de detención improvisado para migrantes revela las grietas del sueño americano y la transformación de lo que solía ser uno de los estados visagra más importantes del país

Una jueza ordena desmantelar en 60 días el centro de detención de migrantes 'Alligator Alcatraz' promovido por Trump

La entreplanta del Centro de Convenciones de Tampa, en Florida, hierve de un caótico murmullo de derechas: teorías de la conspiración, política del agravio y nacionalismo cristiano. Mires donde mires hay alguien bajo los focos rodeado de público y generando contenido.

Delante de mí, Russell Brand está sentado en un sofá blanco retransmitiendo en directo a través de la plataforma de vídeo conservadora Rumble. Su invitado es el influencer de la alt-right Jack Posobiec. A la izquierda, por un pasillo flanqueado por pequeñas cabinas de retransmisión, se encuentra Roger Stone, veterano asesor de Donald Trump y autoproclamado “maestro de las jugarretas sucias”, que dirige un podcast ante su propio público. Al fondo, en un gran andamio metálico, se encuentra el canal War Room de Steve Bannon, ocupado en alternar imágenes en directo de una pequeña protesta fuera del evento y anuncios de diversos productos alineados con Trump.

El panorama es la materialización de uno de los famosos lemas publicitarios de Bannon: inundar la zona de mierda. Se trata de la cumbre Turning Point Student Action (punto de inflexión, acción estudiantil), una reunión anual dirigida a los conservadores de la generación Z que atrae a miles de jóvenes de todo Estados Unidos. De hecho, fue una de las fuerzas impulsoras del éxito de Trump entre los votantes masculinos más jóvenes en las últimas elecciones.

En el pabellón junto a la entreplanta, un desfile incesante de estrellas del movimiento MAGA sube al escenario para pronunciar los discursos principales, entre llamaradas, cañones de fuego, atronadora música electrónica dubstep, rayos láser giratorios y luces estroboscópicas. Brand pronuncia una extraña diatriba, a medio camino entre el monólogo cómico y el sermón evangélico, sobre su reciente conversión al cristianismo; un discurso bizarro con aliteraciones e incongruencias. Como era de esperar, no hace ninguna mención a las múltiples acusaciones de violación y agresión sexual que se le imputan en el Reino Unido (de las que se ha declarado inocente).

Le sigue Tom Homan, conocido como el zar de la frontera de Trump, que es recibido con vítores de “¡USA! ¡USA!” Y que habla de sí mismo en tercera persona: “¡Tom Homan está llevando a cabo una de las operaciones de deportación más masivas que ha visto este país!”. Es difícil seguir el ritmo de esta mezcla de alarmismo, severidad y autocomplacencia. Es el epítome de la América de Trump.

Mi colega Tom Silverstone y yo llegamos a esta convención como primera parada de un viaje por el sur de Florida. Lo que en su día fue un estado indeciso por excelencia, y que solía mantener a todo el país en vilo el día de las elecciones (ya que su resultado podía decantar la victoria hacia los republicanos o los demócratas), ahora es indudablemente republicano y alberga algunas de las vastas fuentes de riqueza personal del presidente, como su club de playa, Mar-a-Lago. También es uno de los centros neurálgicos de su programa de deportaciones masivas.

No parece casualidad que el ritmo frenético de Turning Point refleje los primeros seis meses del segundo mandato de Trump, que ha pasado de los escándalos a las políticas extremas y a los negocios turbios a una velocidad extraordinaria, desde la aceptación por parte de la Casa Blanca de un jet de lujo de 400 millones de dólares, regalo del Estado de Qatar, hasta la creación por parte de la familia del presidente de un exclusivo club privado en Washington que cobra a sus socios cuotas de 430.000 euros.

En la cúspide de estos descarados esfuerzos por monetizar la presidencia se encuentra la incursión de Trump en el mundo de las criptomonedas. Lanzó su memecoin $TRUMP tres días antes de tomar posesión del cargo. Estas monedas digitales tienen poco o ningún uso financiero y son propensas a rápidas fluctuaciones del mercado. Los analistas estiman que la familia del presidente ha ganado unos 315 millones de dólares (271 millones de euros) desde que se lanzó a esta aventura en este mercado volátil y especulativo, y que cientos de miles de inversores han perdido dinero.

Todo el episodio refuerza la idea de que el regreso de Trump al poder marcaría el inicio de una segunda Edad Dorada, como la que vivió Estados Unidos tras la guerra civil (desde la década de 1870 hasta principios del siglo XX), cuando el dominio sin precedentes de la industria y la tecnología dio paso a una corrupción desenfrenada y una desigualdad extrema.

En mayo, algunos de los mayores inversores en la moneda $TRUMP fueron invitados a una cena con el presidente en su campo de golf de Virginia y luego a una visita VIP a la Casa Blanca, lo que algunos observadores describieron como un descarado pago por favores. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, ha dicho que Trump cumple con todas las leyes sobre conflictos de intereses “aplicables al presidente”.

Sin embargo, nadie en Turning Point parece especialmente preocupado por ninguna de estas aparentes estafas. Anthony Watson, colaborador de la organización, se encuentra en la zona de merchandising de la convención, donde se venden zapatos de golf dorados de Trump, de edición limitada, a 500 dólares (430 euros). Esquiva mis preguntas sobre el jet catarí sin muchos reparos.

“¿Qué hay de malo en aceptarlo?”, pregunta, después de que le señale que podría entrar en la definición general de soborno. “Bueno, ¿qué obtuvieron a cambio (los cataríes)? Hasta que no sea así, solo son especulaciones”. Busco a Stone para preguntarle qué opinarían los padres fundadores, que redactaron la cláusula sobre emolumentos extranjeros de la Constitución estadounidense para bloquear la corrupción y limitar la influencia extranjera, de la incursión de Trump en las memecoins. “No creo que pudieran imaginar las criptomonedas, ni la era tecnológica en la que vivimos”, señala, esquivando también mi pregunta.

Más allá de su ingenio, estos planes para hacer dinero también ponen de manifiesto una clara contradicción dentro del movimiento MAGA y su agenda America First. Aunque la mayoría siguen siendo anónimos, algunos de los mayores inversores en la memecoin de Trump han resultado ser ciudadanos extranjeros, uno de ellos con vínculos con el Partido Comunista Chino. ¿Cómo encaja eso con America First?

Dirijo esta pregunta a Bannon, quien me saluda con una sonrisa y profesa su amor por The Guardian, a pesar de habernos descrito como “putos comunistas del Reino Unido”.

Está dispuesto a reconocer que le genera cierto malestar, especialmente cuando menciono al Partido Comunista chino. Pero aun así encuentra la manera de justificarlo, alegando que el acto VIP en la Casa Blanca reflejaba un impulso hacia el “capitalismo emprendedor”. “Ahora mismo tengo demasiadas cosas entre manos, ni siquiera me centro en las memecoins”, asegura, y añade: “El asunto de las criptomonedas tampoco tiene tanto peso.

Con esta afirmación, Bannon hace un viraje, ya que en 2019 describió las criptomonedas como algo que “tiene un gran futuro... en esta revuelta populista global” y, según informa ABC News, en 2021 tomó, junto con el estratega republicano Boris Epshteyn, el control de una memecoin contra Joe Biden. Parece incómodo cuando le pregunto por esta iniciativa, llamada $FJB (oficialmente Freedom Jobs Business y extraoficialmente Fuck Joe Biden), dadas las acusaciones de desaparición de fondos, los supuestos incumplimientos en las donaciones prometidas a organizaciones benéficas y una posible investigación por parte del Departamento de Justicia de Estados Unidos en 2023.

“Creo que invertí 500.000 dólares (430.000 euros)”, recuerda Bannon. ¿Lo perdió todo? “Sí. Creo que lo perdí todo”, responde. Califica las informaciones sobre una investigación del Departamento de Justicia de “noticias falsas”.