La necesidad de alimentar la maquinaria militar ha llevado al Gobierno ruso a diseñar nuevas formas de reclutamiento que incluyen desde coacciones y contratos engañosos a jóvenes, hasta el "reenvío" de prisioneros de guerra recién liberados

Kiev denuncia que Rusia recluta y engaña a jóvenes en Ucrania para cometer atentados: “Hacen explotar a sus agentes"

Mientras Putin juega sus cartas en las negociaciones internacionales que pretenden poner fin a su invasión de Ucrania, jóvenes rusos apenas entrados en la mayoría de edad son engañados y maltratados para que vayan al frente mientras cumplen el servicio militar obligatorio. Prisioneros de guerra liberados por Ucrania creen volver a casa tras años en cautiverio, pero son enviados de nuevo a primera línea. Presos comunes denuncian agresiones en las cárceles rusas para que firmen un contrato con el Ministerio de Defensa.

La maquinaria de guerra del Kremlin no puede detenerse y, en muchas ocasiones, sobrepasa el límite de la legalidad para proveer carne de cañón a las unidades de asalto. Oficiales, policías y funcionarios forman parte de un sistema auspiciado por el Estado que se lucra mandando conciudadanos a una muerte casi segura. Así es cómo funciona.

“Hola, soy la madre del recluta Mijail Vévier, que sirve en la región de Sajalin. Hoy mi hijo me ha llamado y me ha dicho que está moralmente obligado a firmar un contrato.” Así empezaba, el 10 de junio, la pesadilla de Anastasia, que ella misma relata en un video en el cual pide socorro para su hijo.

“Presuntamente le encontraron unos mensajes con un kontraktniki [un soldado por contrato] en que le pedía pastillas, pero él nunca le pagó ni recibió dinero a cambio”, sigue. A continuación, tres oficiales lo amenazaron con tres años de cárcel y con enviarlo a un batallón de asalto formado por presos. En cambio, si se alistaba al Ejército, le garantizaban un puesto lejos de los combates.

Anastasia, entrevistada por el medio independiente Viorstka, recuerda cómo en aquel momento se le cayó el mundo encima: “Ya estábamos preparándole la bienvenida con globos y pasteles, le faltaban 17 días para acabar el servicio militar, pero cuando escuché hablar del contrato, no quería vivir, no sabía adónde huir”.

Su caso no es una excepción. En Rusia la ley impide que los chicos que hacen la mili sean enviados a Ucrania. Sin embargo, hace un año que la ONG Shkola Prizivnika (Escuela del Recluta) recibió las primeras denuncias de jóvenes obligados a enrolarse y ahora la práctica es ya sistemática.

Seducción, amenazas y engaños

Timoféi Vaskin, abogado que trabaja con esta entidad, explica a elDiario.es cómo opera esta estratagema de abusos y coacciones. Nada más empezar el servicio militar, a los reclutas se les intenta persuadir para alistarse a las Fuerzas Armadas con la promesa de cobrar un buen sueldo y tener unos horarios fijos. “Les convencen de que les destinarán a la unidad militar donde ya están sirviendo o a la retaguardia”, apunta el abogado.

Si no acceden, entran en juego las amenazas. “Les imponen ejercicios físicos hasta el agotamiento”, asegura Vaskin, los maltratan casi hasta el extremo de la tortura, con el objetivo de que no puedan soportar la situación y, desesperados, opten por firmar el contrato. O, como en el caso de Mijail, “les preparan un montaje, una provocación, algo ilegal relacionado con drogas” que les fuerce a elegir entre alistarse o acabar igualmente en el frente tras pasar por la prisión.

El abogado admite que la ley “no permite presionar a una persona ni obligarla a firmar un contrato”, pero animarla a hacerlo no está prohibido. Lo ilegal es empujarla a base de mentiras. Los oficiales prometen contratos cortos, pero esconden que el decreto presidencial de movilización permite prorrogarlos hasta que Putin lo considere oportuno.

La promesa de un destino alejado de las balas y los drones también es falsa, ya que los comandantes tienen la potestad de “transferirlos a cualquier otro lugar sin ningún problema”, dice el abogado. Incluso en algunos casos les conminan a estampar su firma en unos papeles, pensándose que se trata simplemente de burocracia y, en realidad, es un contrato con el Ejército.

Anna lamenta que su hijo Serguéi se dejase embelesar por las falsas promesas de su comandante. “¿Por qué escribo a las madres? ¡Porque están engañando a los niños!”, exclama en Viorstka, y añade: “¡No les dejéis firmar contratos! ¡No les dejéis unirse al Ejército! A los comandantes no les importa, no son sus hijos”. Serguéi murió en febrero derribado por un dron y quemado vivo. Mientras tanto, Anastasia espera que el revuelo del caso de su hijo Mijail lo ayude a volver a casa sano y salvo.

Desertar, la última opción

Las entidades de derechos humanos rusas aconsejan evitar por todos los medios posibles el servicio militar. La vía menos arriesgada pasa por pedir exenciones médicas o aplazamientos; las más radicales son la evasión y la deserción. En caso de ignorar la convocatoria, la consecuencia es la apertura de un caso penal, una multa que se puede pagar a plazos y, en definitiva, la posibilidad de ganar tiempo.

La huida al extranjero conlleva más peligros. Un recluta que logró escapar de su unidad tras haberse alistado bajo coacción y que prefiere mantener el anonimato explica a elDiario.es su situación actual. Se encuentra exiliado en un país vecino de Rusia, pero no dispone de papeles y solo le queda medio año para acceder ilegalmente a la Unión Europea, donde tiene familia. Si no, es probable que lo deporten y lo envíen al frente.

“No tengo dinero, no tengo nada. Es mejor no llegar hasta aquí porque es muy difícil cuando te das cuenta de que nunca podrás volver a ver a los familiares o amigos, y que nunca podrás volver a tu tierra natal”, advierte. A la vez, no se arrepiente de haber huido: faltaban pocos días para que lo mandaran a primera línea. “Muchos de mis excompañeros han muerto”, afirma.

Según datos del diario ruso independiente Mediazona, a finales de junio, más de 20.000 soldados rusos estaban siendo perseguidos por haber desertado del frente de Ucrania. En abril, Putin dio luz verde a una convocatoria de 160.000 reclutas de entre 18 y 30 años para el servicio militar, la mayor desde 2011.

De la cárcel ucraniana al frente

Ni siquiera haber pasado años en una cárcel ucraniana garantiza quedar al margen de los métodos ilegales de reclutamiento. Los publicitados intercambios de prisioneros de guerra, lo único acordado en las últimas conversaciones entre Rusia y Ucrania, ocultan un desenlace que no aparece en los videos de propaganda del Ministerio de Defensa ruso: en las imágenes solo vemos soldados rapados al cero, delgados pero sonrientes, con sus banderas atadas al cuello, deseosos de reencontrarse con su familia.

Pero muchos de ellos son destinados otra vez al frente. Según ha confirmado a elDiario.es la entidad Idite Lésom (Id al bosque), que ayuda a soldados rusos a desertar y a rendirse tras ser arrestados, en las últimas semanas han recibido peticiones de ayuda de parientes de combatientes liberados en los recientes intercambios, los más numerosos desde el inicio de la guerra, con miles de militares por bando.

“Llegaron a un lugar desconocido, les quitaron los teléfonos, todas las pertenencias, incluidos crucifijos, cadenas y tarjetas, y les asignaron guardias. Nunca llegaron a sus unidades. Dos días después, los enviaban de vuelta al frente”. Este es el relato de una familiar de un prisionero de guerra ruso puesto en libertad el 19 de marzo y que ha circulado en vídeo por canales de Telegram rusos.

“Nuestros chicos han pasado por un infierno en el cautiverio”, continúa. “Han sufrido numerosas torturas y abusos. La mayoría tiene heridas por metralla y contusiones, fracturas que cicatrizaron sin atención médica, y a uno de ellos le falta una pierna. Todos necesitan atención médica y, finalmente, descansar, pero, aunque están enfermos, los envían al frente”, acaba diciendo.

Es habitual que, justo después de ser puestos en libertad, los soldados deban someterse a un interrogatorio por parte del FSB, los servicios secretos rusos. A continuación, los llevan a la unidad militar donde están registrados, que puede estar ubicada cerca del frente y, a su llegada, les obligan a firmar un contrato con el Ministerio de Defensa. Desde Idite Lésom lamentan que “es imposible negarse” y que “a menudo los documentos ya se los entregan firmados”.