Hay goles que quedan para toda la vida. Son los que funcionan como mojones cuando uno recuerda viejos tiempos. “El día que Caniggia le hizo el gol a Brasil, yo estaba viéndolo con mi abuelo en el comedor de su casa”. Ejemplos así sobran. Y si la vida es eso que sucede entre un Mundial y otro, en Rosario, la ecuación también existe con los clásicos de la ciudad. El Negro Fontanarrosa escribió varios cuentos que lo validan. Por esa misma razón es que probablemente en todo el pueblo canalla –y en el futbolero en general–, el gol de tiro libre de Ángel Di María que le dio el triunfo a Central en el clásico rosarino ante Newell’s, quede para siempre. Para el recuerdo. Para la historia.

Porque aparte el gol fue perfecto. Una parábola que todos soñamos, pero que casi nadie concreta. Muchos menos

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