En el escenario político colombiano pocas veces se presenta una paradoja tan evidente como la que introduce la precandidatura de Iván Cepeda. Para el petrismo, su figura no es simplemente la de un aspirante: es la garantía de continuidad. Ninguno de los nombres que circulan en esa orilla: Pizarro, Bolívar, Quintero, posee el peso simbólico, la coherencia ideológica y la disciplina de Cepeda. Su trayectoria lo ha convertido en custodio del proyecto de Gustavo Petro en el Congreso y, ahora, en el heredero más fiel de su legado. Para las bases, su nombre significa la promesa de un petrismo sin concesiones ni matices.

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Esa misma condición, sin embargo, lo transforma en el rival más conveniente para la oposición. Cepeda es la personificación de la polarización: no busca el terreno

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