Pekín viene preparándose para volver a ocupar el lugar que cree que le corresponde naturalmente, aprovechando tanto el poderoso imán comercial, inversor y tecnológico que irradia como la pérdida de fiabilidad que inspira un Donald Trump cada vez más cuestionado

Trump acusa a Xi de “conspirar contra EEUU” con Putin y Kim Jong Un en el desfile por el fin de la II Guerra Mundial en Pekín

En claro contraste con la pifia en la que acabó convertido el desfile presidido por Donald Trump el pasado junio, el espectacular desfile militar organizado este miércoles por las calles de Pekín en conmemoración del final de la II Guerra Mundial, hace 80 años, tan solo ha sido la guinda de un pastel primorosamente preparado a mayor gloria de China como próximo hegemón mundial.

Previamente, actuando como anfitrión, Xi Jinping se ha encargado de escenificar una demostración de poderío político y diplomático en el marco de la XXV cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), celebrada entre el 31 de agosto y el 1 de septiembre. De ese modo, aprovechando tanto sus aciertos como los errores de Washington, ha querido demostrar que China ya es una alternativa sólida a la hegemonía estadounidense.

En la ciudad portuaria de Tianjin no solo estaban los 10 miembros de la OCS —Bielorrusia, China, India, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán—, sino también otros invitados, entre los que destacaban Corea del Norte, Egipto, Indonesia y Turquía, así como los secretarios generales de la ONU y la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN). Un grupo de países entre los que no solo figuran tradicionales aliados de Pekín, sino otros que, como India, pretenden mantener un margen de maniobra propia para no sentirse arrastrados a dinámicas de confrontación impuestas por los grandes, y hasta países que suelen figurar en la lista de aliados de Washington.

El peso de Pekín aumenta

Eso indica que, lejos de quedarse aislada, el peso de China va aumentando inexorablemente, aprovechando tanto el poderoso imán comercial, inversor y tecnológico que irradia a través de su macroproyecto de la Franja y la Ruta (2013) y los BRICS, como la pérdida de fiabilidad que inspira un Donald Trump cada vez más cuestionado como líder mundial. Sirvan los comportamientos de Rusia e India como ejemplos.

Después de haber pasado por Alaska sin tener que ceder en ninguna de sus demandas maximalistas para imponerse a Ucrania, mientras ha logrado que Trump siga dándole margen de maniobra para proseguir su embestida belicista, Vladímir Putin ha llegado a China alardeando de la “amistad sin límites” que le ofrece Pekín. Esto no solamente refuerza su pretensión de ver reconocida a Rusia como una potencia global, sino que se traduce en la reactivación de un proyecto tan sobresaliente como el gasoducto Poder de Siberia 2.

En su afán por buscar alternativas a la pérdida de Europa como cliente principal de sus riquezas gasísticas, Moscú añade al gasoducto Poder de Siberia 1 (desde Siberia oriental al norte de China, en funcionamiento desde 2019) una nueva tubería que, a falta de concretar detalles técnicos, podrá conectar los yacimientos de Yamal con Shanghái suministrando anualmente unos 50.000 millones de metros cúbicos. Un auténtico respiro para la economía rusa y una señal más de la alianza entre Moscú y Pekín, aunque solo esté alimentada en buena medida por su mutuo rechazo a la hegemonía estadounidense.

Acercamiento entre China e India

En el caso de India, el error estratégico de Trump es todavía más contraproducente para los intereses de EEUU. La prioridad geoestratégica de Washington es prolongar indefinidamente su liderazgo planetario, conteniendo por todos los medios a su alcance la emergencia de China como rival. En ese contexto, India constituye una pieza fundamental para sumar fuerzas con quienes en la región Indo-Pacífico, por diferentes razones, temen el ascenso de Pekín. Una India que tradicionalmente percibe al gigante chino como una amenaza a su seguridad y que, por tanto, podría verse dispuesta a alinearse con Washington en su intento por frenar su emergencia.

Sin embargo, la decisión de Trump de aplicar unos aranceles del 50% a las importaciones de Nueva Delhi —sin atreverse a hacer lo propio con Pekín, en su plan de cortar a Moscú los apoyos que ambos países le prestan para hacer frente a las sanciones que se le han impuesto hasta ahora por su invasión de Ucrania—, puede haber sido la puntilla que acelere un proceso de acercamiento Nueva Delhi-Pekín que todavía era incipiente.

Por ese camino también la alianza QUAD —Australia, Estados Unidos, India y Japón— puede perder uno de sus principales pilares, en la medida de que India vaya sometiéndose de forma cada vez más abierta a una China que ya es su principal socio comercial y de la que depende significativamente tanto en inversiones como en transferencia de tecnología.

En el discurso oficial chino, “el siglo de la humillación” ante Occidente terminó en 1949, con la creación de la República Popular China y el liderazgo del partido comunista. Desde entonces, y sobre todo desde la etapa de Den Xiaoping —con sus cuatro modernizaciones aplicadas a la agricultura, la industria, la ciencia y la tecnología y la defensa nacional—, Pekín se viene preparando para volver a ocupar el lugar que cree que le corresponde naturalmente. Y ahora Xi parece llamado a completar el proceso, Taiwán incluido.