El problema no fue tanto la derrota en las elecciones bonaerenses sino la falta de reacción y la velocidad que tomó, a partir del domingo pasado, el proceso de descomposición interno. Durante dos años, para Javier Milei, gobernar fue abrir frentes de batalla. Esa estrategia se topó, al mismo tiempo, con tres límites: la falta de votos, la falta de dólares y la falta de credibilidad a partir de la proliferación de escándalos por comportamiento corrupto en lo más alto de la jerarquía de poder. Ahora el tiempo ya no juega para él: cada día que pasa sin intentar algo diferente, se hunde un poco más en el pozo que ayudó a cavar.
El presidente intentó mostrarse a cargo. Estuvo en la Casa Rosada casi todos los días de esta semana, algo que no suele hacer. Encabezó varias mesas políticas, aunque