La maquinaria mediática y cultural parece haber encontrado una nueva fórmula para maquillar la precariedad: convertirla en tendencia. Se trata de una estrategia sutil, casi invisible, que busca aclimatar a la población a un estándar de vida inferior sin que salten las alarmas. La idea de fondo es simple pero potente: se nos está enseñando a ser " pobres pero felices" , una doctrina que presenta las carencias económicas no como un problema, sino como una elección de vida moderna y desenfadada.
De hecho, el objetivo de esta corriente es normalizar una evidente pérdida de poder adquisitivo para que la sociedad la acepte sin protestar. Esta acomodación a un menor bienestar económico se produce mientras el debate público se aleja de comparativas que antes eran habituales, como las que situ