Durante más de una década, se instaló la idea de que las redes sociales eran el gran escenario donde se definían las elecciones. Que un tuit ingenioso, un video viral o una campaña bien segmentada en Facebook podían inclinar la balanza de los comicios.

Y, en efecto, hubo un tiempo en que ese fenómeno fue real: las redes aparecieron como un espacio democratizador, capaz de disputar el monopolio de los medios tradicionales y de acercar a dirigentes y ciudadanos en un intercambio inmediato, reemplazando incluso el caminar la calle, el barrio, la ciudad.

Sin embargo, ese ciclo parece tener su límite. Hoy las redes sociales ya no cumplen el mismo papel como formadoras de opinión política.

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La saturación de información, la pérdida de credibilidad y la invasión de discursos de

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