Se llama Estado palestino, en el mejor de los casos, al 22% de la Palestina histórica. La mayor parte de ese 22% está ocupada por Israel: son islotes sin conexión territorial y controlados militarmente por la potencia ocupante

CRÓNICA - Trump y Netanyahu exhiben su soledad en la ONU mientras avanzan con la agenda ultra y el genocidio en Gaza

En los últimos días otros diez países han reconocido el Estado palestino, entre ellos, Francia y Reino Unido, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho a veto en el seno de Naciones Unidas. El paso británico es especialmente simbólico, ya que Londres fue potencia ocupante de Palestina tras la Primera Guerra Mundial y firmó en 1917 la Declaración Balfour, por la que se comprometía a apoyar “un hogar nacional para el pueblo judío” en esa tierra. Es decir, contribuyó activamente al proyecto colonial israelí y ha seguido haciéndolo hasta ahora.

Reconocer el Estado palestino es un gesto simbólico que puede significar una cosa y su contraria, si no va acompañado de las medidas necesarias para acabar con el genocidio, el apartheid y la ocupación colonial israelí. A día de hoy el Estado palestino sigue siendo un significante vacío, como la expresión “solución de los dos Estados”, empleada por todos los presidentes de EEUU en las últimas tres décadas, incluso por Donald Trump esta misma semana.

El 22%

Cuando se habla de Estado palestino se está hablando, en el mejor de los casos, sólo del 22% de la Palestina histórica. Ese 22% —Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza— está hoy ocupado por Israel, que además aplica un sistema de segregación racial —definido como tal por la Corte Internacional de Justicia— y que cuenta con 750.000 colonos en Jerusalén Este y Cisjordania.

Esa estructural colonial israelí está detalladamente planificada para anexionarse más territorio palestino. Dispone para ello de leyes racistas y discriminatorias, aprobadas desde 1950 hasta hoy, con las que ha podido apropiarse de bienes ajenos, incluidas decenas de miles de viviendas palestinas a las que sus dueños nunca pudieron volver. Varias normativas israelíes garantizan privilegios para la población judía a costa de la discriminación de la gente palestina.

El mapa de ese 22% de la Palestina histórica muestra un conjunto de zonas sin conexión territorial, divididas. Cisjordania es como un queso gruyere, con localidades separadas por un entramado de asentamientos, vallas, muros, checkpoints, tierras y carreteras de uso exclusivo israelí. El 60% está oficialmente bajo control militar de Israel, establecido así por los propios Acuerdos de Oslo en los años noventa.

A eso se suman las nuevas ocupaciones, anexiones, construcción de asentamientos y despliegue de la estructura de apartheid desde entonces.

Cisjordania está aislada de Jerusalén Este por el muro construido en el año 2022 y, a su vez, está desconectada de Gaza, con territorio israelí de por medio. Familias enteras palestinas han quedado divididas por este troceamiento paulatino diseñado para culminar el proyecto colonial de apropiación y desposesión. Nada como los mapas para entender hasta dónde llega el plan ilegal israelí.

Gaza, por su parte, sufre desde 2007 el bloqueo israelí a la entrada de productos imprescindibles para la población y masacres a lo largo de los años, en las que murieron miles de personas, antes de octubre de 2023. Ahora está ocupada militarmente por el Ejército israelí, que ha intensificado ese bloqueo y comete un genocidio.

A estos tres territorios inconexos y ocupados —Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este— es a lo que se llaman hoy Territorios Ocupados Palestinos, y lo que se atribuye al “futuro Estado palestino”. Constituyen un 24% menos del territorio asignado por Naciones Unidas en 1947 al Estado palestino.

Ese 24% fue ocupado por el Ejército israelí en 1948, a través de un plan de limpieza étnica con el que expulsó a 730.000 personas palestinas, refugiadas desde entonces, como sus hijos y nietos.

En 1967 Israel tomó el territorio restante, ocupó ilegalmente Gaza, Jerusalén Este y Cisjordania —expulsando a otras 300.000 personas palestinas— además del Sinaí egipcio y los Altos del Golán sirios. Todos esos territorios, excepto el Sinaí egipcio, están a día de hoy bajo ocupación israelí, con una parte importante de esas zonas anexionada a través de infraestructura militar y asentamientos.

Al contrario que con la ocupación de 1948, Naciones Unidas sí ha solicitado el fin de la ocupación de esas áreas en varias resoluciones vinculantes del Consejo de Seguridad de la ONU, pero Israel ha hecho caso omiso a lo largo de las décadas, con el apoyo —y las relaciones preferenciales— de la Unión Europea, Reino Unido y EEUU. Tras el inicio del genocidio, la Corte Internacional de Justicia subrayó en 2024 la ilegalidad de la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este.

Estos Territorios Ocupados Palestinos son las fronteras habitualmente aceptadas por la comunidad internacional, aunque Israel y EEUU han propuesto otras, aún más perjudiciales para los intereses palestinos, con el objetivo de anexionarse, como mínimo, parte de Cisjordania, a cambio de un trozo de desierto israelí en el sur.

El reconocimiento del Estado palestino puede significar una cosa y su contraria, si no va acompañado de las medidas necesarias para acabar con el genocidio, la ocupación colonial y el apartheid

El Estado palestino

La desconexión territorial y la ocupación actual de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este convierten el Estado palestino en algo irrealizable, a no ser que se obligue a Israel a retirar a los 750.000 colonos, a poner fin a su ocupación ilegal, su sistema de apartheid, su estructura estatal de robo de tierras, su genocidio, su opresión sistemática.

De lo contrario, estos reconocimientos solo serán gestos para lavar la cara de países que han apoyado a Israel a lo largo de estas décadas y que han facilitado sus crímenes. Es más, podrían servir para garantizar un proyecto palestino ad hoc, a la medida de los intereses del colonialismo israelí.

Así lo señalaba este verano la relatora de Naciones Unidas para Palestina, Francesca Albanese: “Reconocer el Estado palestino, en el punto álgido del genocidio, es un acto tardío de coherencia que, SIN EMBARGO [sic], si no se respalda con sanciones concretas para poner fin al apartheid y sus crímenes asociados, corre el riesgo de desviar la atención de la amenaza existencia que enfrenta el pueblo palestino”.

Bisan Owda, periodista palestina de Gaza, se grababa esta semana un vídeo en el que, sin poder evitar las lágrimas, explica que se ha dado cuenta de que no podrá regresar nunca más a su casa, a su tierra, a su hogar. Desplazada a la fuerza, expulsada del norte de la Franja, refugiada en una tienda de campaña, implora al mundo reacción real. A eso se refiere la relatora de Naciones Unidas.

Desde los años noventa hasta hoy hemos sido testigos de cumbres por la paz, reuniones, iniciativas, acuerdos que siempre fueron presentados como pasos definitivos para la solución. Sin embargo, Israel los usó como un tiempo regalado, como herramientas para impulsar su política de hechos consumados. Una vez anexionado un nuevo territorio, pasa a estar bajo control israelí; una vez destruido un bloque de viviendas palestinas en Cisjordania, las familias expulsadas que las habitaban pasan a ser refugiadas.

La última propuesta de Estados Unidos “alienta a los palestinos a permanecer en la Franja y prevé la creación de una vía hacia un futuro Estado palestino”, cuenta este fin de semana el Times de Israel. “Recuerden Oslo”, ha escrito el periodista palestino estadounidense Ahmed El Din.

¿A qué se refiere con ello? Los Acuerdos de Oslo también fueron presentados como la solución que desembocaría en los derechos de la gente palestina. Al igual que tantos acuerdos anteriores, su última fase, la más importante, nunca se cumplió. De hecho, esos pactos sirvieron para que Israel pudiera tomar el control absoluto del 60% de Cisjordania y, en la práctica, el dominio militar de todo ese territorio palestino y de Jerusalén Este.