Situada en la frontera con Rusia y con un 98% de población rusoparlante, los comicios municipales de este mes pondrán a prueba la unidad y resistencia de la localidad estonia

Cazas rusos violan el espacio aéreo de Estonia y obligan a una patrulla aérea de la OTAN a intervenir

Seguramente era inevitable que la propuesta de construir una base militar en las afueras de Narva —la tercera ciudad más grande de Estonia, situada justo en la frontera con Rusia— fuera uno de los temas que abordaran los candidatos a la alcaldía en el debate televisado de finales de septiembre.

Apenas unos días antes, tres aviones de combate rusos MiG-31 habían entrado y permanecido en el espacio aéreo de Estonia sobre el golfo de Finlandia durante 12 minutos, lo que llevó al Gobierno del país a convocar unas consultas excepcionales en virtud del artículo 4 de la OTAN con los aliados sobre el riesgo para la “integridad territorial, la independencia política o la seguridad”.

Estonia llevó el asunto al Consejo de Seguridad de la ONU en Nueva York, donde los aliados occidentales advirtieron de que habría graves consecuencias en caso de que se produjesen nuevas violaciones. Donald Trump apoyó derribar aviones rusos en tal caso.

El clima geopolítico febril se tensó aún más tras una serie de incursiones de vehículos aéreos no tripulados sobre los aeropuertos daneses, que obligaron a cerrar el más grande del país, en Copenhague. El incidente llegó tras las incursiones de drones rusos en Polonia y Rumanía. La primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, afirmó en un discurso a la nación: “Estamos asistiendo al comienzo de una guerra híbrida contra Europa”.

Podría pensarse, por consiguiente, que la presencia militar tiene un fuerte apoyo en Narva, separada de Rusia por un río de 101 metros de ancho, atravesado por el denominado Puente de la Amistad, sobre el que los estonios han dispuesto una línea de obstáculos antitanque de hormigón y están levantando un portón de seguridad reforzado.

Sin embargo, Narva, que está más cerca de la ciudad rusa de San Petersburgo que de la capital estonia, Tallin, es más compleja: el 98% de su población es rusoparlante y, aunque no es un grupo políticamente homogéneo, las noticias internacionales pueden percibirse de forma muy diferente en esta parte del país, al igual que en otras localidades similares de Letonia y Lituania.

Para algunos, las noticias se consumen a través del prisma de la televisión rusa, prohibida en Estonia pero fácilmente accesible dada la proximidad de los países. El Kremlin negó que la violación del espacio aéreo estonio hubiera ocurrido en absoluto y calificó a los gobernantes de Tallin —a 210 km al oeste de Narva— de “nazis”, además de acusarlos de hacer lo que hace el llamado “partido global de la guerra”.

Otros consideran que estas afirmaciones de las cadenas de televisión rusas es desinformación, pero les preocupa provocar al oso ruso. Señalan que los soldados estonios son tal vez bienvenidos, pero puntualizan que, en cambio, los soldados extranjeros de la OTAN no lo son.

Los candidatos en el debate televisado aceptaron en general que la base militar era un hecho consumado, pero criticaron la forma en que se había comunicado, señalando que había generado inquietud entre los 53.000 habitantes de la ciudad en lugar de transmitirles seguridad.

La incursión rusa en el espacio aéreo estonio y su supuesta participación en los ataques con drones ha sido sin duda una prueba para la OTAN, pero es algo más. Las reacciones de los Estados bálticos y sus aliados ante las provocaciones están poniendo a prueba la resistencia y la unidad de los países que siguen albergando grandes comunidades de habla rusa.

De los monumentos al idioma ruso

Este octubre se celebrarán elecciones municipales en Estonia. Katri Raik, exministra del Interior y alcaldesa de Narva, que se presenta a la reelección para un cuarto mandato, alerta de que están plagadas de riesgos. Explica que Narva es una ciudad social y económicamente desfavorecida a la que la eliminación gradual de las minas de esquisto bituminoso ha afectado duramente. Según ella, Tallin ha ignorado a la ciudad durante décadas, lo que nunca ha molestado a los residentes, que la consideran una especie de isla. Sin embargo, en los últimos años, la presencia del Estado sí se ha hecho notar.

Tras la invasión rusa de Ucrania, el Gobierno estonio ordenó la retirada de hasta 400 monumentos soviéticos argumentando que no conmemoraban la liberación del país, sino su ocupación a partir de 1945.

El más controvertido fue un tanque de la era soviética que se encontraba en un pedestal a las afueras de Narva. Esto causó un gran revuelo. Raik, que forma parte del 2% de la población que habla estonio como primera lengua, recibió amenazas de muerte cuando intentó mediar entre el Gobierno y la población local.

Cuando lo juntas todo, puede sorprendernos que la ciudad siga viva, por nuestra salud mental

Además, en un momento en que el coste de la calefacción se ha triplicado en dos años, el cierre del Puente de la Amistad al tráfico de vehículos y mercancías —dejando únicamente el paso peatonal hacia la ciudad rusa fronteriza de Ivangórod— ha supuesto un golpe económico. Fueron los rusos quienes lo cerraron primero, pero las largas colas que se forman se achacan a los controles adicionales impuestos por los estonios a los peatones.

Más recientemente, se ha acusado al Gobierno de reprimir la libertad religiosa al intentar separar a la Iglesia Ortodoxa Rusa de Estonia del patriarcado de Moscú, que la gestiona y que se considera cómplice del Kremlin.

También se aprobó una ley que elimina gradualmente las escuelas de habla rusa para 2030, lo que ha provocado quejas de que sus hijos están siendo educados en un idioma que no hablan en casa.

“Y la gota que ha colmado el vaso”, según Raik, ha sido la prohibición de votar en las elecciones locales a los ciudadanos no pertenecientes a la UE, incluidos los rusos y bielorrusos que viven en Estonia. “Un tercio de la población [de Narva] no podrá ir a votar”, señala. Todo esto ha sido magnificado y tergiversado por la propaganda rusa. “Cuando lo juntas todo, puede sorprendernos que la ciudad siga viva, por nuestra salud mental”, afirma Raik. “Si lo sumas, es demasiado… Es una oportunidad de oro para los populistas”. Las personas privadas del derecho a voto tienen hermanas, tienen maridos, que sí pueden votar, advierte.

“¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?”

Maria Smorževskihh-Smirnova, directora del Museo Narva de Estonia, se vio envuelta en ese ciclo de acción, reacción y contrarreacción. Hace dos semanas fue condenada en ausencia a 10 años de prisión en una colonia penal rusa. Ha sido juzgada por colocar un gran cartel en la pared exterior del museo —un castillo junto al río, junto al Puente de la Amistad— en el que acusaba a Vladímir Putin de ser un criminal de guerra y lo comparaba con Adolf Hitler.

Los destinatarios de su mensaje eran aquellos que se reunieron en el lado ruso el 9 de mayo para celebrar el Día de la Victoria y el fin de la Segunda Guerra Mundial en una plaza recién construida, justo debajo de las murallas de su propio castillo, al otro lado del río. En esa parte del río, los rusos colocaron grandes pantallas orientadas hacia Narva en las que se mostraban imágenes de Putin o películas de guerra. “Es el brutal poder ruso”, afirma Smorževskihh-Smirnova. “Es el culto a la muerte, el culto a la guerra y la glorificación de la invasión de Ucrania”.

Por su “modesta” protesta, fue objeto de una avalancha de odio en las redes sociales. Dice que recibió amenazas de muerte como “te mataré, sé por dónde caminas, sé dónde vives”. “¿Vamos a quedarnos callados o simplemente ignorarlo? No”, afirma.

Es el tipo de respuesta emocional que Egert Belitsev, director general de la fuerza fronteriza estonia, no está dispuesto a tolerar. Señala que en Narva las provocaciones rusas son interminables. Explica que se ha detectado la presencia de dirigibles de vigilancia en el cielo y asegura que los solicitantes de asilo son seguidos subrepticiamente por guardias fronterizos rusos con cámaras de vídeo y son conducidos por el puente (para luego ser rechazados por los guardias estonios). También indica que se han interferido las señales GPS, lo que ha paralizado las operaciones de búsqueda y rescate, y se han retirado las boyas del río que delimitan la frontera. “Es algo para causar problemas, para ver cómo reaccionamos”, dice. “¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? ¿Qué somos capaces de hacer?”.