No es un secreto que la palabra “congresista” se haya vuelto, en el imaginario popular, sinónimo de “ladrón”, “delincuente” o “sinvergüenza”. En la calle ya no hay espacio para los eufemismos. Lo trágico es que nuestros legisladores, lejos de intentar lavar su imagen, se empeñan cada semana en embarrarla más. Parece que compiten entre ellos por ver quién cae más bajo.
El último espectáculo lo protagonizó la congresista Kira Alcarraz, quien reaccionó con violencia verbal y tono matonesco ante una periodista que tuvo la osadía de preguntarle por qué había contratado a la pareja de su hijo en su despacho. El rostro crispado de la legisladora fue el retrato perfecto de un poder que se cree impune. No fue un exabrupto: fue una confesión de cómo entienden el cargo. Con razón nueve de cada diez