Para muchos ciudadanos supone un escenario original este desmadre de un Gobierno aferrado al poder, sin más interés que mantenerlo, porque le proporciona el privilegio de la autoridad, incluso, por encima de la ley. Determinadas normas constitucionales se avasallan por la inconsistencia de leyes adecuadas para imponer sanciones a quienes lo hacen. Esa prepotencia arrastra a nuestra sociedad hacia la desprotección, asignatura pendiente contra la que no hay respuesta. La petulancia imperante supone abofetear el sentido común y la dignidad, apresada en un bucle de trampas urdidas para asegurarse la continuidad en esa deriva desleal. En el fondo de esta pose política subyace la soberbia de líderes autoritarios, ajenos al respeto que deben a la democracia y faltando a sus obligaciones desprecia

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