La madre de un alumno de un colegio católico de Casavalle –barrio periférico al norte de Montevideo– llegó a la institución con un pedido especial para las maestras: había que tener paciencia con su hijo porque no había podido salir a jugar durante el fin de semana . Los tiros que se escucharon en el barrio esos días provocaron que tuviera que estar encerrado. El niño iba a iniciar la semana más inquieto, les advirtió la mujer.
Relatos como este –consignados por el diario uruguayo El País– se reiteran en un barrio caracterizado por los conflictos entre familias y organizaciones criminales . Los niños se quejan de que en sus casas no los dejan salir a jugar a la plaza porque quieren protegerlos de un tiroteo. En otros casos son los familiares de los menores los que protagonizan los

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