No es fácil entender o explicar por qué personas que viven solas e, incluso, aisladas, no sienten la angustia de la soledad, mientras que otras, más acompañadas, viven perennemente perseguidas por un sentimiento atroz de destierro o abandono de los otros. Seguramente los expertos en la mente tengan alguna respuesta. Seguramente es algo que viene de muy atrás. Quizá del día que tus padres se conocieron o de cuando te gestaron o de cuando te criaron. No lo sé, lo que sí sé es que ese sentimiento casi irracional, genera en las personas un sufrimiento difícil de superar por mucho que descubran su origen. Dicen los estudios que donde más aqueja este sentimiento es en la adolescencia y la vejez. Etapas, ambas, en que el suelo se mueve bajo los pies y se necesita más que nunca que te agarren. E

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