El fiscal publica 'Bajo las togas' (Tusquets), un libro en el que repasa errores judiciales históricos con ecos en el presente: "Negar que existe 'lawfare' en España es como negar que el sol sale por la mañana"
La cadena de errores judiciales que mantuvo 15 años en prisión a un inocente: “Se buscó una cabeza de turco”
Carlos Castresana (Madrid, 1957) es uno de los mayores especialistas de España en derechos humanos y derecho penal internacional. Actualmente fiscal en el Tribunal de Cuentas, Castresana publica Bajo las togas. Errores judiciales y otras infamias (Tusquets), un libro en el que, a través de 25 casos históricos y recientes de errores judiciales, realiza un ejercicio inusual en todos los gremios: autocrítica y descripción de los vicios que perviven en un poder del Estado tan necesario como peligroso cuando descarrila.
¿Cómo se llega al error judicial? ¿Es intrínseco a la condición humana?
El proceso penal es una obra humana y, por lo tanto, es susceptible de error. Para que se produzca un error grave que dé lugar a la condena a un inocente, normalmente tiene que haber una cadena de errores. Se puede equivocar el denunciante (incluso con mala intención), la policía al investigar, el juez al instruir, el fiscal al acusar o el tribunal al sentenciar. Incluso si uno de estos eslabones falla, la cadena no tiene por qué romperse del todo. La cadena se rompe cuando el fallo no es corregido o se produce en el último eslabón.
Además de un posible error, usted habla en el libro de las “disfunciones” del proceso penal, a cada cual más peligrosa.
Las disfunciones son reiteradas y las conocemos. Están la palabra (a veces se estima más de la cuenta a un testimonio y otras lo despreciamos y se tendría que ser más serio); la prueba basada en indicios (el gran jardín donde la mayor parte de los tribunales se pierden, aunque con paciencia y buena intención no es tan difícil valorar los indicios inculpatorios y exculpatorios); o el burladero (alguien que de manera aviesa se sirve del proceso penal para deshacerse de un adversario).
Pero también están la tortura (que va más allá del maltrato físico al detenido para que confiese y sirve para hablar de todas las maniobras para presionar al inculpado para que colabore con la investigación cuando no tiene que hacerlo, como algunos malos usos de la prisión provisional) y la razón de Estado (no solo el interés del Gobierno en llevarse por delante a alguien, sino la presión de los poderes económicos o los medios de comunicación en los tribunales que termina en catástrofe). El tren de la justicia descarrila a veces, pero no suele ser culpa de una sola persona que deliberadamente o por negligencia comete un error, sino que suele ser un error que después es refrendado una y otra vez.
En España se puede criticar a los entrenadores de fútbol, a los políticos o a los médicos, pero parece que no se puede criticar a los jueces
¿Por qué todavía hoy le cuesta tanto a la Justicia admitir que se equivoca? Pienso en el caso de Ahmed Tommouhi, privado de libertad 15 años por una violación que no cometió.
No me parece que sea un problema general, sino que es muy específico de la jurisdicción española. En otros países que han disfrutado de independencia judicial, Estado de Derecho y transparencia informativa durante más tiempo no hay tantos problemas para admitir los errores judiciales. Nosotros hemos heredado una Justicia de una dictadura, no solo por la cuestión del franquismo.
La Justicia española nunca ha sido transparente, desde los tiempos de Felipe II. Era una Justicia autoritaria que pasa por el filtro de la transición y que debe convertirse de la noche a la mañana, como Cenicienta, en una Justicia democrática. Pero no ocurre. No se ha hecho una reforma integral del Poder Judicial como debería haberse hecho y por eso todavía tenemos una Justicia que tiene muchos tics autoritarios y que es muy refractaria a la transparencia y a la crítica. En España se puede criticar a los entrenadores de fútbol, a los políticos o a los médicos, pero parece que no se puede criticar a los jueces. Pues sí se debe poder.
¿Los elementos de reparación a una víctima inocente, tanto materiales (indemnizaciones exiguas) como simbólicos (nadie le pide perdón) son insuficientes en nuestro país?
Son totalmente insuficientes, tanto en el procedimiento administrativo como en la vía penal, donde el recurso de revisión sigue siendo extraordinariamente restrictivo y es casi un imposible. ¿Si el tribunal condenó sin una demostración palmaria de la culpabilidad, por qué debería haberla para rectificar esa conducta cuando hay una duda razonable o cuando hay una prueba razonable de que fue un error? Esto también forma parte de la tradición de un Poder Judicial refractario a la crítica, al que no le gusta ni que un periodista le diga que lo ha hecho mal ni que otro tribunal le revoque la sentencia porque se equivocó. Parece nombrar un tabú, pero los jueces sí se equivocan, igual que todo el mundo en su ejercicio profesional.
¿Hay todavía, en el carácter de algunos jueces, un exceso de soberbia y autoridad? ¿Les falta humanidad?
Es como si en un partido de fútbol fuese más importante el árbitro que los jugadores, cuando no es así. El juez solamente tiene que mantener un poquito el orden para que no se den más patadas de las aceptables. Cuando se erige al árbitro en protagonista del juego, empiezan todas las patologías y no se le puede criticar o invitar a rectificar lo que ha hecho mal.
Finalmente, se provoca la situación que vivimos en España actualmente: los tribunales viven encerrados en sí mismos y la sociedad no se fía. Esto debería llevar a los titulares del Poder Judicial a reflexionar por qué existe esta desconfianza de los ciudadanos, y a los legisladores a pensar qué parte del sistema no está bien y qué leyes deberíamos modificar para acabar con este divorcio entre la sociedad y lo que, según la Constitución, es un servicio público.
El sistema de acceso a la carrera judicial termina siendo elitista
¿Cómo se corrige? ¿Sería necesario cambiar el sistema de acceso a la carrera para que antes de ser juez se tuviera un mínimo de experiencia laboral como abogado?
El sistema de acceso a la carrera, decimonónico por supuesto, habría que cambiarlo para que fuera mucho más fácil ingresar y también mucho más fácil salir. Ahora es demasiado difícil entrar, es un poco endogámico, exige un esfuerzo económico que algunos aspirantes no se pueden permitir y termina siendo elitista. Una vez dentro, sentir que tienes 40 años por delante, prácticamente sin controles y sin muchas responsabilidades, no representa un incentivo para hacer bien el trabajo. Bien o mal, pagarán el sueldo igual…
Alerta en el libro de que, pese a las sucesivas reformas que lo han “matizado”, el poder de los jueces de instrucción, especialmente en los casos de “relevancia política”, es importante. ¿Por qué?
Porque no ha habido un consenso entre los grandes partidos para forjar un pacto por la Justicia. Igual que con la Constitución, tendría que haber sido posible negociar una gran reforma de la Justicia.
¿Que los ciudadanos conozcamos de memoria el nombre y apellido de los jueces que instruyen casos con carga política es una mala señal para la Justicia?
No es bueno. En general, los jueces deberían ser desconocidos porque su papel no debería ser relevante ni famoso. Desgraciadamente, demasiadas veces en España hay jueces que, si jugasen un partido de fútbol, querrían tirar el penalti en vez de ser el árbitro.
¿Los tribunales son indolentes con el falso testimonio?
Sí. En demasiadas ocasiones se producen falsos testimonios y no se persiguen. Somos demasiado tolerantes con ello y se producen errores judiciales porque se cree a testigos que dicen que vieron una cosa que no vieron. Deberíamos ser mucho más firmes contra esas conductas.
Dice en el libro que la Justicia penal es muy vulnerable a la corrupción y a la desviación del poder. ¿Todavía hoy?
Sí. En España no hay un problema de corrupción judicial. Los casos que hay son afortunadamente excepcionales. Lo que sí hay es una desviación de poder, que desgraciadamente es endémica en cuanto al acceso a los cargos más altos. Se tiende a pensar que si se quiere llegar al Tribunal Supremo, no se tienen que afectar determinados intereses y se debe ser complaciente con otros. La promoción dentro de la carrera judicial está bastante mediatizada por la política, el poder económico y los medios de comunicación, y los jueces son sensibles a eso.

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