En elDiario.es sabemos que García Ortiz es inocente, porque sabemos quién es la fuente original. La buena noticia es que las instancias no se agotan aquí y es previsible que se pronuncien el TC y la justicia europea. Lo que no va a poder cambiar ningún tribunal es el trabajo periodístico, que en el caso de elDiario.es ha sido publicar la verdad

Los dos procesos del fiscal general

Todos los ciudadanos somos iguales ante la ley. Sobre ese pilar se edifica la democracia. O damos por bueno ese sintagma o sería imposible confiar en que la gente pague impuestos, pare en los stops, viva en comunidad. Es imprescindible seguir confiando en la Justicia. Sin esa viga maestra, el sistema corre el riesgo de desmoronarse y de momento, nadie ha encontrado una manera mejor de organizarse que en las democracias liberales.

El caso del fiscal general del Estado no anima a confiar en las instituciones judiciales, pero al pleito le queda recorrido en los tribunales aun después de que el Supremo escriba su sentencia condenatoria. Tendrá que posicionarse el Tribunal Constitucional, si el condenado Álvaro García Ortiz, tal y como ya ha dejado entrever su defensa durante el juicio, ha visto lesionados sus derechos fundamentales, por ejemplo en el registro de su despacho y la intervención de las comunicaciones. Previsiblemente, la insólita condena de quien era la sexta autoridad del Estado acabe también siendo revisada por la Justicia Europea.

Haber prestado declaración durante una hora ante el tribunal más alto del país, después de haber comparecido antes en la fase de instrucción, tampoco ayuda a confiar en el sistema. Sobre todo si uno compara el tratamiento que durante las vistas se ha dado a los diferentes testigos e incluso a quien ejerce la acusación.

Si eres Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de la presidenta de Madrid, puedes mentir al magistrado Ángel Hurtado y también al tribunal. Sin ninguna consecuencia. En la fase de instrucción Rodríguez declaró, tras haber jurado decir verdad, que nadie de elDiario.es le llamó antes de publicar la noticia del fraude de la pareja de la presidenta. Cuando este diario presentó las pruebas por escrito de la conversación y fueron compulsadas por un funcionario judicial, a Rodríguez no le pasó nada.

Tal vez por eso, cuando regresó al Supremo hace dos semanas, también como testigo y con la supuesta obligación de decir la verdad, Rodríguez volvió a mentir a la Sala: dijo que se había confundido de medio porque no presta mucha atención a los panfletos de izquierdas. No fue una frase literal, pero esa era la idea. Rodríguez en su expansiva declaración no se quedó ahí: llamó mentirosos, violentos y escandalosos a los periodistas de elDiario.es, los mismos que habían publicado decenas de exclusivas sobre el escándalo que nunca pudieron ser desmentidas. El jefe de gabinete debió sentirse en el Supremo como en casa: insultó varias veces a los periodistas, descalificó a un medio de comunicación durante varios minutos y dio rienda suelta a su campaña contra los profesionales de elDiario.es sin que el presidente de la sala osase interrumpirlo.

Cuando llegó el turno de Alberto González Amador, que en este juicio ejerce como acusación, el presidente del tribunal, Andrés Martínez Arrieta, le permitió un turno de palabra extra para pronunciar su discurso victimista en el juicio, consciente de que luego sería amplificado por los medios. Contó, entre otras cosas, que a raíz de las publicaciones los bancos habían dejado de prestarle dinero (esta semana hemos sabido que ha conseguido una segunda hipoteca de 600.000 euros para el segundo de los pisos de lujo que compró tras recibir la comisión de dos millones) y dejó aquella frase para la historia sobre su dilema: suicidarse o escapar de España (con un juicio pendiente por dos fraudes fiscales y otro procedimiento abierto por corrupción en los negocios). El presidente de la Sala dejó acabar la soflama que despachó con una ironía en la que recomendaba consultar antes a su abogado.

Una confesión antes de seguir con el texto: a la mayoría de los periodistas nos incomoda convertirnos en noticia. Nuestra tarea es publicarlas, no ser parte de ellas. Quienes acudimos a declarar como testigos al Supremo lo hicimos porque estamos obligados por ley, como cualquier otro ciudadano. Tras salir de la sala, todos recibimos invitaciones de decenas de medios para participar en tertulias de radio y televisión, entrevistas… Los que fuimos a declarar por elDiario.es no acudimos a ningún plató. Tampoco escribimos sobre el asunto, dado que habíamos tomado parte como testigos en el juicio. Pero en este punto y ahora que ya se conoce el sentido de la sentencia, es inevitable hablar de nosotros mismos. González Amador planteó al tribunal su dilema (suicidarse o huir de España) y con él cerró su discurso en el tiempo extra concedido por el presidente de la Sala. Nadie interpretó la frase como un intento de coacción al tribunal.

Todo lo contrario a lo que ocurriría dos días después, cuando en el último interrogatorio de uno de los abogados yo mismo admití ante el tribunal el dilema que me corroía esas semanas (revelar la fuente y tener que abandonar para siempre la profesión, además de arruinar la confianza en el periódico donde escribo, o que pudiera ser condenado un inocente, como finalmente ha ocurrido). Ahí, el presidente de la Sala se decidió a interrumpirme para advertir que una cosa era esgrimir el secreto profesional y otra que fuesen a tolerar amenazas. Logré explicar, en medio de ese toque de atención, que no era ninguna amenaza sino un dilema, de los que muchas veces nos sacuden a los periodistas. Desde luego, el más grave en 23 años de vida profesional.

La lección de que no todos somos iguales en el Supremo no se quedó ahí. Al jefe de gabinete de la presidenta madrileña se le dejó explayarse durante muchos minutos para atacar e insultar a los periodistas de elDiario.es, pero cuando en nombre de esa redacción pedí poder defender a sus periodistas de todos esos insultos y ataques, el presidente de la Sala concluyó que no habría turno para eso.

Pasar por el Tribunal Supremo ante seis abogados que intentan desacreditar nuestro trabajo como periodistas (ningún reproche en esto, cada uno tiene su cometido) no es un trago de gusto. Pero ha servido de aprendizaje: al menos ante esa sala y durante las vistas que se alargaron dos semanas, no todos los testigos hemos sido iguales para el tribunal.

Como hemos repetido a lo largo de este aciago proceso, en elDiario.es sabemos que Álvaro García Ortiz es inocente, porque sabemos quién es la fuente original. Y la doctrina del Supremo había establecido que cuando un secreto circula por las redacciones (se haya publicado o no) deja de ser secreto y, por tanto, no puede haber delito de revelación de secretos. Por eso, igual que el tribunal legítimamente ha decidido no creer a los periodistas (sus razones tendrán, habrá que verlas redactadas en la sentencia) también algunos periodistas podemos concluir que esta vez al menos no se ha hecho justicia.

La buena noticia es que las instancias no se agotan aquí y que tras el Tribunal Supremo, es previsible que se pronuncie el Tribunal Constitucional y la Justicia Europea. Lo que no van a poder cambiar los magistrados de ningún tribunal es el trabajo periodístico, que en el caso de elDiario.es ha sido publicar la verdad en decenas de exclusivas sobre el caso, que nunca han podido ser desmentidas.

Ciertamente, aquí se ha hecho periodismo. Aunque los medios que copiaron, pegaron (y firmaron) las mentiras que les contó Miguel Ángel Rodríguez traten ahora de invertir la realidad.