Durante años hemos llamado “coliseo” a cualquier cosa con gradas y forma ovalada: desde estadios modernos hasta ruinas romanas desperdigadas por media Europa. Pero la realidad es mucho más estricta —y bastante más curiosa—:  solo existe un Coliseo en todo el planeta , y está en Roma. Todo lo demás, por muy majestuoso que parezca, es simplemente un  anfiteatro .

Sí, duele un poco asumirlo. No, el de Nimes no es “el Coliseo francés”. Tampoco el de Pula es “el Coliseo croata”. Y no, el Anfiteatro de Itálica no es “el Coliseo sevillano”. Todos ellos son anfiteatros, maravillosos y enormes… pero  Coliseo solo hay uno .

El Coliseo: un anfiteatro gigantesco

El auténtico, el original, el que lo empezó todo:  el Coliseo de Roma , inaugurado en el siglo I d. C. en pleno corazón del Imperio. Su nombre oficial es Anfiteatro Flavio, pero la historia y la propia ciudad acabaron rebautizándolo por su cercanía a una estatua colosal de Nerón. De ahí, “Coliseo”.

Su diseño elíptico, su sofisticado sistema de pasillos, su aforo de más de  50.000 espectadores  y su función como gran escenario del entretenimiento romano —gladiadores, fieras, recreaciones navales— lo convirtieron en el  anfiteatro más grande jamás construido . Tan grande, tan monumental, tan simbólico… que su nombre quedó asociado para siempre a la idea de anfiteatro perfecto.

Pero eso no significa que todos los anfiteatros sean coliseos. De hecho, es justo al revés:  el Coliseo es un tipo de anfiteatro , no una categoría arquitectónica.

¡Los demás son anfiteatros!

Los romanos construyeron anfiteatros por todo el imperio . Los había enormes, medianos, humildes y algunos muy elegantes. Pero  ninguno compartía nombre ni estatus  con el de Roma. Su función era la misma —acoger espectáculos públicos con buena visibilidad desde cualquier punto—, pero su escala era menor y su importancia política también.

En Hispania, en la Galia, en Britania e incluso en el Norte de África, estos edificios formaban parte del menú urbano romano: todos disfrutaban de luchas, animales exóticos y espectáculos sangrientos. Pero, aunque la gente hoy los confunda,  ninguno de ellos es “un Coliseo” .

Estructuralmente también hay diferencias significativas:

  • En los anfiteatros provinciales, la capacidad era mucho menor.
  • El acabado constructivo dependía del presupuesto local, y variaba muchísimo.
  • Muchos se adaptaban al terreno excavando parte del graderío en la roca.

El Coliseo de Roma, en cambio, es  una obra de ingeniería diseñada al milímetro  para ser vista, admirada y recordada.

Entonces… por qué los llamamos mal?

Porque el Coliseo romano se volvió tan famoso que su nombre se convirtió en sinónimo de “anfiteatro gigante”. El lenguaje popular se impuso a la precisión histórica, y con el paso del tiempo empezamos a repetir que tal ruina era “el Coliseo de tal ciudad”, aunque no tuviera sentido.

Pero desde el punto de vista arqueológico e histórico, la regla es muy clara:

Coliseo es únicamente el Anfiteatro Flavio de Roma . Lo demás son anfiteatros .

¿Por qué importa esto? Porque entender la diferencia ayuda a leer mejor el legado romano. El Coliseo no es simplemente “otro” anfiteatro, sino el símbolo del poder imperial , el escaparate desde el que Roma enseñaba su grandeza. Y los demás, precisamente, existían para replicar —a menor escala— ese modelo cultural por todo el imperio.

Así que la próxima vez que alguien te diga “este pueblo tiene su propio coliseo”, respira hondo, sonríe, y si quieres quedar bien puedes aclararlo:

“Coliseo, lo que se dice Coliseo, solo hay uno.”