El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la primera de dos bombas atómicas sobre Hiroshima, Japón, causando la muerte instantánea de más de 70.000 personas. Tres días después, una segunda bomba fue arrojada sobre Nagasaki, resultando en la muerte de 40.000 más. Estos ataques marcaron el final de la Segunda Guerra Mundial y establecieron a Estados Unidos como el único país en utilizar armas nucleares en un conflicto bélico.
En 1945, la población de Hiroshima oscilaba entre 300.000 y 420.000 habitantes. El entonces presidente Harry S. Truman autorizó el ataque, que fue llevado a cabo por el bombardero B-29, conocido como Enola Gay, que lanzó la bomba con nombre en código "Little Boy". Este ataque se produjo tras el exitoso test de una bomba atómica en julio de 1945, en el contexto de la rendición de Alemania en mayo de ese mismo año.
Truman había formado un comité de asesores, liderado por el secretario de Guerra Henry Stimson, para evaluar la posibilidad de utilizar la bomba atómica contra Japón. Sam Rushay, archivero supervisor de la Biblioteca Presidencial Harry S. Truman, comentó que "hubo un amplio consenso entre los miembros del comité en apoyo de la decisión de atacar". Por su parte, Charles Maier, profesor de Historia en Harvard, señaló que "hubiera sido difícil de justificar ante la opinión pública estadounidense por qué se prolongó la guerra, cuando se disponía de esta arma".
La decisión de lanzar las bombas fue influenciada por la creencia de que Japón no se rendiría incondicionalmente y que una demostración de la bomba no sería suficiente para forzar su capitulación. Los altos mandos militares temían que una invasión de Japón resultara en un alto costo en vidas, dado el impacto de las batallas de Iwo Jima y Okinawa. Maier destacó que "el ejército de EE.UU. no estaba dispuesto a decir que podía ganar la guerra sin la bomba".
Hiroshima fue seleccionada como objetivo por su importancia militar, y Nagasaki fue bombardeada el 9 de agosto de 1945, causando la muerte de 80.000 personas. Se estima que el total de muertes en los años siguientes podría haber superado los 200.000, debido a efectos a largo plazo como el cáncer.
La devastación provocada por los bombardeos generó críticas hacia la decisión de Truman. En sus memorias, el expresidente Dwight D. Eisenhower expresó que las bombas no eran necesarias para forzar la rendición de Japón. Sin embargo, Maier argumentó que los bombardeos llevaron al emperador japonés a intervenir y abogar por la rendición, aunque Japón podría haber estado dispuesto a rendirse bajo ciertas condiciones.
En 1958, el Ayuntamiento de Hiroshima condenó a Truman por no mostrar remordimiento por el uso de las bombas. La resolución afirmaba que los residentes de la ciudad consideraban su deber ser la piedra angular de la paz mundial y que ninguna nación debería repetir el error de utilizar armas nucleares. Truman respondió a la condena enfatizando la necesidad de su decisión, argumentando que salvó la vida de 250.000 soldados aliados y 250.000 japoneses al evitar una invasión.
Las percepciones sobre el uso de las bombas han cambiado con el tiempo. Una encuesta de 2015 reveló que solo el 14% de los japoneses consideraba justificado el bombardeo, mientras que el 79% opinaba lo contrario. En contraste, una encuesta de Gallup de 1945 mostró que el 85% de los estadounidenses aprobaba la decisión de Truman, aunque en años recientes, esa cifra ha disminuido al 56%.