Desde cuando se crearon los parlamentos, llámeseles Duma, Cortes o Congreso siempre han existido los canjes de los votos entre el legislativo y el ejecutivo. En los libros de historia sobre el senado romano abundan las anécdotas y procedimientos al respecto. Los dizque siempre impolutos gringos han contado en cine y en novela, en libros de historia y en reseñas periodísticas la manera como el patriarca de Lincoln pudo comprar a los congresistas y apertrecharse para ganar la guerra.

En Colombia no hemos sido ajenos a esos procedimientos, aunque si ingeniosos en bautizarlos con nuevos nombres cada tanto. Así hemos pasado de auxilios parlamentarios a cifras repartidoras para esconder eufemísticamente el mismo vicio de las democracias y poder conseguir la mayoría de votos en la aprobación de

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