Sí, otra vez volvemos a sentir temor por el asesinato de un político. Otra vez la sensación de retroceso en una lucha que nunca hemos ganado del todo: erradicar la violencia histórica que ha marcado a este país como una cicatriz que no cierra. Quienes hemos presenciado magnicidios sabemos que la conmoción que producen no es nueva, pero sí devastadora. La historia se repite con una puntualidad aterradora, como si no hubiéramos aprendido nada. En Colombia, pensar diferente todavía puede costar la vida. No hemos sabido reconocer la riqueza que encierran las diferencias ideológicas, culturales y políticas; no hemos querido sanar las heridas del pasado, y preferimos seguir acumulando resentimientos, odios profundos y silencios cómplices.
El reciente asesinato del político del Centro Democrátic