
Durante casi siglo y medio, Murcia y Albacete compartieron región, instituciones y destino . Hoy parece imposible imaginarlo, pero hasta finales del siglo XX formaban un mismo territorio, bajo una unidad administrativa que mezclaba historia, economía y cultura. Sin grandes movilizaciones ni proclamas, la llegada de la democracia y la aprobación de la Constitución de 1978 rompieron este binomio histórico, dejando a Albacete integrada en Castilla-La Mancha y a Murcia convertida en comunidad uniprovincial.
Más de un siglo de historia común
El vínculo entre Murcia y Albacete se remonta a la Edad Media, cuando territorios como Hellín, Chinchilla o la propia ciudad de Albacete quedaron bajo la influencia del Reino de Murcia durante los siglos XIII y XIV. Una relación funcional más que sentimental, pero que asentó bases administrativas y sociales.
El gran cambio llegó en 1833 , con la división provincial impulsada por Javier de Burgos. España se reorganizó en 49 provincias y Albacete se consolidó como una provincia, incorporando municipios de Murcia, Jaén y Cuenca. Así nació la Región de Murcia biprovincial , un territorio donde ambas provincias compartían servicios, delegaciones administrativas, universidades y redes de comunicación. La diócesis de Cartagena incluía buena parte del territorio albaceteño, mientras que la audiencia territorial tenía sede en Albacete y Murcia mantenía el liderazgo universitario. La interdependencia era real y cotidiana.
De la unión al distanciamiento
Durante los siglos XIX y XX se plantearon planes más ambiciosos: la creación de una gran Región del Sureste que englobara Murcia, Albacete, Alicante y Almería. Aunque nunca prosperó, dejó huellas que aún se perciben en instituciones como la Caja de Ahorros del Sureste o las ediciones regionales de diarios históricos. Sin un sentimiento regional compartido, la idea murió en los despachos y la llegada de la democracia terminó por definir el mapa tal como lo conocemos hoy: Murcia uniprovincial y Albacete en Castilla-La Mancha , con conexiones culturales y económicas que, pese al paso del tiempo, todavía perduran en ciertos lazos y tradiciones.
Visitar estas provincias hoy permite imaginar aquella unidad histórica : desde los paisajes de Albacete hasta las calles de Murcia, pasando por localidades intermedias como Hellín o Chinchilla, donde aún se perciben ecos de una historia compartida que, aunque olvidada por muchos, moldeó el Sureste español.