Los venezolanos cargamos sobre los hombros demasiados años de una crisis que ha pulverizado nuestras condiciones de vida. La miseria y la pobreza se miden en los bolsillos vacíos, en el adiós indefinido a cada ser querido que ha migrado y en el cansancio emocional que se respira en cada hogar. La incertidumbre, la desconfianza y el sentimiento de abandono se han convertido en parte de la cotidianidad de un pueblo que, pese a todo, sigue luchando por sobrevivir y aspira a gozar de calidad de vida.
No es solo el deterioro económico lo que pesa. También padecemos el desgaste psicológico que provocan los sectores más radicales. Desde el poder se repiten las erradas políticas públicas y los discursos plagados de mentiras, que han llevado al país al colapso. Y desde algunos sectores oposito