Con un mondadientes en la boca, un hombre de unos 60 años, canoso y sereno, termina una cerveza de litro.

Está solo, sentado en un bar muy de Montevideo: mesas y sillas de madera, dos ventiladores de pie intentando mitigar el calor, un gran espejo que cubre una de las paredes laterales, un televisor encendido en el rincón y carteles promocionando diferentes fiestas para la Noche de la Nostalgia -la mayor celebración anual uruguaya, cuando se recuerda la música que se bailaba en la juventud.

Acaba de cenar un chivito -un sándwich típico uruguayo que incluye un fino bife de carne vacuna, jamón, queso, panceta, huevo frito o duro, tomate, lechuga y mayonesa untada en la cara interna de cada pan- con papas fritas.

Pero no está en un bar en el centro de la capital de Uruguay, sino en la Pizz

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