El BBVA dice por el momento que no aumenta su oferta, pero puede hacerlo; cuenta con el permiso del regulador norteamericano para un dominio efectivo con un mínimo de un 30% de las acciones del Sabadell, y podrá substituir al consejero delegado. Cada cual se irá acomodando a la nueva situación y aquí paz y allá gloria

La CNMV autoriza la OPA del BBVA sobre Banco Sabadell

Soy espectador de los acontecimientos que rodean el propósito de un banco, el BBVA, de comerse a otro banco, el Banco de Sabadell. No tengo otro bagaje para analizar lo que observo que mis doce años de consejero del Banco de España, mis estudios académicos y cierta proximidad a la realidad empresarial catalana. Por lo primero sé que un gran banco no actúa livianamente en una operación de esta naturaleza, tal es su poderío en recursos humanos e influencia con otro tipo de recursos.

El Sabadell intentó en su día engrandecer su poder e influencia, con algunos fracasos que le hundieron en bolsa y espantaron a sus accionistas, y su resurrección por ahora no parece haber sido suficiente. Se resiste, creyendo el pequeño que creciendo a costa de otros pequeños sobrevivirá; pero si no le salen las cuentas, ello lo puede acabar debilitando y ser presa final de algún tiburón al acecho, que se lo puede acabar comiendo, aunque quizás con tan mala digestión como la del pequeño en sus aventuras de ultramar.

España financieramente es un país de champions por sus grandes bancos, aunque el país, políticamente, no pasa de G-8, G-12, pongan la cifra que quieran. De modo que la debilidad de uno, el político regulador, es la fuerza de nuestros bancos regulados.

De los estudios académicos derivo que los oligopolios, la concentración empresarial, y bancaria en particular –a la vista de lo muy bancarizadas que están nuestras empresas fuera de la disciplina del mercado de valores–, son malos para la economía. Es obvio que los grandes bancos se observan entre sí, compiten poco, y se cubren posibles daños sistémicos con acuerdos más o menos explicitados. De modo que la reacción contraria, académica, al propósito de la fusión del BBVA con el Sabadell está más que justificada, sin otro antídoto que no sea la del pobre regulador público y la supervisión del Banco de España y del BCE.

En Europa soplan vientos liberales y lo que pueden llegar a hacer las entidades nuestras de defensa de la competencia y del mercado de valores no parece que tenga músculo suficiente para confrontar efectivamente los intereses de nuestra banca más internacional. Y el Gobierno, más allá de levantar acta de lo que suceda, puede poco más que decir que velará contra abusos potenciales. Quien anda tan endeudado en su propia economía tampoco puede exhibir excesiva independencia de criterio para ordenar un proceso de esta enjundia.

Y finalmente, por mi cercanía al mundo empresarial catalán, sé que el Sabadell es muy importante para la empresa catalana al mantener aún muchos de los censores sobre la realidad del crédito, perdidos definitivamente con el hundimiento de nuestras cajas, ajenos a los intereses más nacionales.

Al principio, de todo ello ahora hace dieciséis meses, surgió una cierta coalición que cuestionaba la fusión. No a la OPA de modo muy general en Catalunya, y al grito de si alguna de las entidades quiere crecer ¡que corteje bancos europeos! La concentración local, tras la desaparición de las cajas de ahorros, es ya suficientemente sospechosa de acuerdos multilaterales, incluido el Sabadell, para permitir más oligopolios.

El plus de catalanidad del opado –aunque con la conciencia poco limpia de su paso por Alicante– reforzó la respuesta de una parte del país contra la OPA hostil. La de los sindicatos, porque temían perder puestos de trabajo –como ha acontecido siempre en las fusiones–; la de la patronal, que se envolvía en la bandera para congraciarse con parte de la sociedad por sus silencios en otras situaciones igualmente decisivas (sedes, financiación, competencia fiscal, etc.), tenía impacto local pero sordina estatal; las pymes catalanas se posicionaron para garantizar el crédito, que temían no emanase una vez el opante aplicase algoritmos de asignación centrales.

Parte de la ciudadanía se oponía por visualizar la incomodidad de más cierre de quioscos electrónicos bancarios, y por catalanismo, olvidando que el capital no tiene patria. ¿Y los accionistas del Sabadell? Sus propietarios efectivos se oponían por lo que consideraban era una retribución insuficiente en el intercambio de acciones.

Pasados casi año y medio del inicio de la OPA, con una hostilidad sin precedentes, con medios de comunicación alineados a conveniencia, campañas publicitarias tan agresivas como cansinas para la ciudadanía, y ante una politización creciente, se están ya aclarando algunos extremos. El interés social (competencia, preservación del modelo productivo) está en manos del Gobierno, que en caso de que la OPA prospere tendrá que velar por una serie de parámetros que una consulta ciudadana sin precedentes ha puesto sobre la mesa. Un compromiso a tres años muy frágil, tanto por el aguante del ejecutivo actual como de la necesaria flexibilidad en su caso ante coyunturas adversas.

Patronal y accionistas, desnudos ya de catalanidad, buscan hoy la mejora de la oferta para vender sus acciones. Ya no estamos ante el fuero, sino ante el huevo. Los directivos del Sabadell en este sentido hacen su trabajo: salvar el interés particular de sus accionistas. Su presidente, si consigue parar la OPA, con toda una serie de argucias muy interesantes pero al parecer insuficientes, pasará a la historia como el David que se enfrentó al Goliat. Y si no consigue parar la OPA, su encastillamiento, por poco que se mejore la oferta de adquisición de acciones, puede darle un rendimiento final no menospreciable para él y los suyos. Oliu siempre gana.

Por su parte, el BBVA ha ido ya muy lejos. En el momento de la venta por parte del Sabadell de su banco inglés, el TSB, tuvo una oportunidad clara para renunciar. Al no hacerlo, dio a entender que su decisión era inequívoca y decidida. Torres y su consejero delegado no pueden permitirse perder el envite, ya que en este segundo intento se juega la reputación y su futuro.

Por el momento dice que no aumenta su oferta, pero puede hacerlo. Cuenta con permiso del regulador norteamericano para un dominio efectivo con un mínimo de un 30% en la OPA próxima de primeros de octubre. El resto, si le hace falta, puede conseguirlo comprando acciones contra su capital, aunque esto escueza algo.

El dominio del BBVA sobre el Sabadell lo tendría igualmente con aquellos mínimos, desde la neutralidad que se supone de los consejeros independientes del Sabadell. Y podrá substituir al consejero delegado del Sabadell, muy activo en le OPA, como no podía ser de otro modo. Podrá funcionar con las dos marcas, BBVA y Sabadell, éste con letra y boca pequeña, manteniendo estructuras hasta nuevo aviso.

Cada cual se irá acomodando a la nueva situación y aquí paz y allá gloria. Y el accionista profesional, no se dejará previsiblemente deslumbrar por un reparto extraordinario de dividendos como el acontecido; tan exagerado que muchos anticipan que en el día después, aun salvando la OPA, el Sabadell será un banco más debilitado, y que si no este, será otro tiburón quien ataque de nuevo. Se mantiene en el recuerdo que la prima negativa que reconocen hoy los accionistas del Sabadell para demandar una mayor compensación dobla en positivo la que llegó a tener la acción del opado, y que en todo caso se mantiene muy por encima del valor de la acción prevalente antes de la OPA, fuera de la inflamación actual.

Por mi parte, y desde las tres bases comentadas en este texto (haber visto de cerca el poder bancario en España; constatar reiteradamente las penas de la competencia ante el oligopolio, y la predictible preminencia del interés particular final del accionista frente al económico general) nunca he dudado del signo final de este episodio financiero. Ojalá me acabe equivocando. Pero acertar no me satisface, ya que prueba que en este país el status quo domina, y más o menos, siempre ganan los mismos.