Haber visto a Donald Trump derrotado por la poderosa coalición de una escalera mecánica, un teleprónter y la megafonía de la ONU no arregla nada, pero reconforta
El mundo se va al carajo, es cierto; pero hay que reconocer que va dejando tras de sí una colección de fotografías impagables. Haber visto a Donald Trump derrotado por la poderosa coalición de una escalera mecánica, un teleprónter y la megafonía de la ONU no arregla nada, pero reconforta. Escuchar al hombre más poderoso del mundo reclamar que se investigue lo que califica como “triple sabotaje” te devuelve la fe en la rebelión de las máquinas como última esperanza para el género humano.
Al emperador naranja se le va poniendo cada vez más cara de líder europeo engañado por enésima vez por Vladímir Putin mientras nos exaspera con sus drones y guerras híbridas; hasta que nos parezca aceptable entregarle Ucrania por no tener que comernos un colapso de varias horas en el aeropuerto de Londres o de Milán.
No menos reparadora resultó la instantánea del rostro enrabietado del genocida Benjamín Netanyahu, testigo impotente del desfile de representantes y dignatarios de la mayoría de los países representados en la Asamblea de la ONU, negándose a escucharle como si fuera un mandatario más y no estuviese pasando nada en Gaza, antes de que sacase sus tablillas para tratar de convencernos de que manda asesinar niños y mujeres en las colas del hambre para defendernos de los terroristas.
Qué gran ocasión ha perdido Díaz Ayuso para hacerse otro retrato consolando al opresor y abrazando al genocida. No es que a Netanyahu le importase mucho, pero les une algo más: a ambos sólo les importa lo que dice Pedro Sánchez.
Contar con los dedos de la mano los que se quedaron a escuchar los rugidos de gatito de Javier Milei pidiendo papas tampoco resuelve nada, pero alivia; casi tanto como ver a tantos amigos como tenía por España refugiarse tras de la distancia, que ya decía el tango que era el olvido.
Contemplar a Felipe VI ganarse —esta vez sí— el sueldo y pronunciar —esta vez sí— el discurso que debía hacer ha sido un bonus. Ni siquiera el pulgar arriba de Trump en la foto difundida cuatro días después por la Casa Blanca, hinchado de satisfacción como si acabara de vender un coche de segunda mano al rey de España, puede estropear el momento.